la reforestación

Transcurridos casi dos años de trabajar en el quinto piso de ese vetusto edificio, su emoción de empeñosa primeriza, siempre llegando antes de la hora de entrada, casi había desaparecido: las neurosis de su workahólica Subdirectora -recién divorciada e instalada en la etapa de odiar a los hombres y a todo lo que le oliera a relación de pareja-, las constantes desveladas y multiplicación de jornadas laborales extras, su disminuida vida social y el bajo salario, habían contribuido a bajar el optimismo que ella experimentaba cuando a los 21 años ingresó a ese, su primer empleo formal. Para completar las desilusiones, en ese tiempo llegó una nueva integrante a la Subdirección de junto -a cargo de un hombre. Se llamaba Laurita, de rubia cabellera (tonalidad obtenida... por obra y gracia de L'Oreal o Miss Clairol), dotada con enormes pechos y afecta a vestir un poco al estilo de los años 50's, con entalladas faldas a la rodilla y zapatos muy altos. Cuando Laurita hacía su aparición, todos los hombres la contemplaban mientras caminaba lentamente, balanceándose sobre sus altísimos y delgados tacones, hasta la oficina de su jefe quien ya la esperaba en la puerta con una gran sonrisa y una taza de humeante café... esto a las once de la mañana; hora habitual de llegada de la rubia. Y como era de esperarse, todos los hombres del quinto piso, jóvenes y no tan jóvenes, estaban enamorados de Laurita. Bueno no todos. El mejor amigo de ella, U., no lo estaba. Lo que si estaba, era arrepentido por haber conectado y animado a su amiga para que hiciera los exámenes y entrevistas de admisión e ingresara a la misma institución donde él laboraba. U. no solo estaba arrepentido de haberla alentado a trabajar ahí, también se sentía responsable por la poco afortunada situación laboral de su amiga. Y no pasaba día sin que la instara a revelarse ante su "explotadora y neurótica" jefa [él creía firmemente que en realidad no había tanto exceso de trabajo, sino que la subdirectora padecía una patológica necesidad de estar metida en la oficina]. Pero ella no hacía caso; necesitaba el trabajo y además, estaba ahorrando para irse de viaje, así que no podía arriesgarse a quedarse sin empleo. Además de remordimientos, su amigo U. sufría los efectos del "abandono": ya no soportaba que su mejor amiga nunca tuviera tiempo para compartir con él; a veces ni siquiera a la hora de la comida, espacio que antes casia diario disfrutaban juntos.

La amistad sincera puede pasar muchas pruebas, pero todo tiene su límite y una noche, el limite de U. fue rebasado. Era viernes y ella había le prometido acompañarlo a una cena de compromiso ["es gente mamona, pero habrá buena comida y mejor bebida; hacemos acto de presencia, nos tomamos un trago y luego nos vamos de parranda", había anticipado él]. Pero la promesa se canceló ante la intempestiva llegada de la jefa que, con un nuevo "bomberazo", anunciaba una larga jornada laboral nocturna. U. tuvo que resignarse y marchar solo a su cena; iba furioso con la jefa de su amiga, tanto, que al despedirse le sentenció: "no pasa de esta noche sin que encuentre una solución; no sé cómo, pero algo se me ha de ocurrir"... Y se le ocurrió. A eso de las tres de la mañana la llamó por teléfono -ella todavía estaba en la oficina-, su voz sonaba cantarina cuando le reveló su gran ocurrencia: "entiendo que tu situación económica no está para botar un empleo sin tener un respaldo, también que estás ahorrando porque te ilusiona mucho hacer tu viaje; así que ya lo decidí: voy a vender el deportivo -manejar un vehículo que corre a 250 km, resulta tan buff como inútil en esta congestionada ciudad-, me compraré uno más modesto..." Por un momento, ella creyó que su amigo ofrecería ayudarla temporalmente en lo que conseguía un nuevo empleo y cuando ya hilvanaba su negativa a tal insensatez, la voz de él la sacó de sus elucubraciones: "y con lo que me sobre de la compra-venta automotriz, vamos a pagarte una reforestación" ¿Una qué? inquirió ella. Una reforestación, repitió él. "Te voy a llevar con el cirujano plástico para que te ponga unas tetas más buenas que las de la tal Laurita..." Aquella fría madrugada, las carcajadas de ella resonaron por todo el piso y aún ahora, no puede recordar el episodio de la reforestación, sin sonreír... y sin extrañarlo a él.

La amistad entrañable... será la amistad entrañable, pero desde luego no hubo ninguna reforestación pectoral; lo que si ocurrió fue la renuncia de ella, con su consecuente desempleo temporal; pero también, un largo viaje en compañía de su mejor amigo... porque la vida dura apenas nada, como siempre le recordaba U.