escribir

Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva; arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.[Georges Perec]

marzo 19, 2014

soliloquio…

Paul Leroy, Dans les branches du grand pin

Ya oigo sus gritos llamándome para que me meta a la casa, pues no debo estar aquí... todo el santo día trepada en los árboles como si fuera un mono y porque, además, hay visitas y tengo que ir a saludar. Pero no, hoy no voy a bajar. Aunque más tarde me regañe y me acuse con mi papá. No quiero saludar a la tía Emma, que nomás le gusta estar pellizcándome los cachetes… porque tienes unos hoyuelos tan bonitos que no me puedo aguantar las ganas. Seguro mi hermano, que es un barbero, ya estará ahí sentado junto a la tía, haciéndose el gracioso y contándole todas las maravillas que él y sus amigos hacen (como lanzarle pedradas a las pobres lagartijas o jalarle la cola a Matías, mi adorado gato que no le hace daño a nadie). Casi puedo verlas, a mi tía y mi mamá, dobladas de risa, felices al escuchar sus travesuras. Mientras a mí por todo me regañan, a él todo le festejan… hasta puede decir palabrotas que yo ni siquiera debo imaginar porque soy una niña y… las niñas buenas no debemos decir cosas feas.

Mi papá es distinto (pobre, a veces creo que él tiene más pájaros en la cabeza como dice mi mamá— que yo) y apenas medio escucha las quejas de mi madre. Una vez hasta me aconsejó no llorar cuando ella me llamara la atención porque mis lágrimas, más que dolor, reflejan el enojo e impotencia que me causa tener que aguantarme los regaños en silencio y eso la enoja aún más. Pero cómo no me voy a enojar, si mientras mi mamá me obliga a comerme toda la comida que me sirve, a mi hermano no le dice nada aunque deje las verduras en el plato. Y conmigo no muestra ninguna tolerancia. Una vez no me dejó levantar de la mesa hasta las seis de la tarde, hora en que por fin terminé de tragar, más que masticar, el último trozo de hígado que me obligó a comer… porque su alto contenido de hierro le hace bien a tus huesos. Ese día sí que lloré, como dice mi papá, de puro coraje e impotencia y desde entonces le agarré más tirria al hígado de res. Cuando sea grande, si tengo un hijo, jamás lo obligaré a comer esa cosa tan fea y amarga. Ha sido la única vez en que yo he acusado a mi mamá con mi papá por hacerme sufrir con la comida. Mi papá, después de escucharme con cara sonriente, se limitó a hacerme un mohín —sin que mi mamá se diera cuenta y a decirme que él también odia el hígado y que el domingo siguiente me compraría un helado de chocolate.

[…]

Por eso vengo a la parte más alejada del jardín y me subo a los árboles. Aquí me a salvo de los chistes bobos de mi hermano y de los consejos de mi mamá que no pierde oportunidad de recordarme que las niñas debemos ser delicadas, calladitas y modositas; andar siempre bien peinaditas, no ser respondonas y no practicar juegos rudos… menos treparnos a los árboles… porque se ve feo y es poco femenino. Y encima, me reclama que no sea buena con mi hermano y que lo trate como si no lo quisiera, a él que es tan lindo... Ajá. ¿Qué mayor muestra de cariño para con mi hermano quiere, que la de haber bautizado a mi amado gato con su nombre? Y por cierto, ya vine por ahí Matías. Me parece haberlo escuchado maullarme. Debe tener hambre, pobrecito, no le he servido su leche tibia con migas de bolillo que tanto le gusta. Tan lindo que es mi Matías, nunca da lata y sólo maúlla —bajito para que mi mamá y mi hermano no lo escuchen y empiecen con su cantaleta de que para qué tenemos un gato que ni siquiera sabe cazar ratones—. Pero mi Matías es más listo de lo que ellos creen y sólo se hace notar cuando siente necesidad de comer o tiene frío y quiere que yo lo abrace.

Canijo Matías, va a hacer que yo me baje de aquí, con lo bien que me siento entre las ramas de este viejo árbol y con lo linda que está la tarde…
                                                                                       

***


5 comentarios:

josef dijo...

Me metí en el pensamiento de la niña o me introdujiste, sobre todo, en algunos de esos recuerdos de mi infancia, como cuando subía a los árboles y construía cabañas...

Precioso y detallado relato.

Un abrazo.

Amapola Azzul dijo...

Precioso, enhorabuena.

Un beso y feliz semana.

Darío dijo...

Qué maravilla el arte de los niños para evadirse de todo aquello que los pone incómodos. Qué maravilla tu arte, qué hermoso árbol para escapar a toda la vulgaridad del mundo... Un abrazo.

Champy dijo...

Comadre yo de viejote me deconozco, ni idea que vaya a ser de mi y de mi vida, de mis actuares y mis inconsecuencias….pero como me reconozco en tus letras.
No conforme con Bagoas, que ocupaba además de mi cama, mi quincena y mi corazón, ahora tengo a Haku, un cachorro pitbull que me regalo el nene de las orquídeas. Pues ay como lo ves, me ha venido a modificar conductas creídas por mí, inmodificables.
Me sigo levantando igual, rigurosamente a las 4:15 todas las mañana, pero en lugar de ir a alimentar al hedonista que me puebla, bien lindo yo saco a pasear a Haku, cada mañana le damos 10 vuelta a la circunferencia de mi fraccionamiento, osease, alrededor de 5 km….. hoy disfruto más el carño de sus salibasos que ver las bolas de mi cuerpo inflarse nomas por que si.
Habrase imaginado que yo iba a sacrificar “mis” lineamientos en aras de un ser vivo?
Ni la pajarraca ni los pajarillos lo habían conseguido.
Yo no se en que consista ni como se le llame a eso que poseemos los humanos, a esa necesidad de sometimiento, a ese trastorno que nos doblega, a esa carencia que nos delata.
Lo que si me queda bien claro es que una respuesta de cualquiera de ellos (de Bagoas o de Haku) me inyecta la gasolina necesaria para dejar de rumiar, o de rumiar menos si tú quieres.
2046 adquiere tintes desvencijados, mi cabeza empieza a ser poblada por sentimientos ordinarios como esos que provocan los Matias y los Hakus.
Igual y los animales merecen más de nosotros que los humanos.
Hace cuanto no te subes a un árbol tu?

2046

virgi dijo...

De pequeña subía mucho a los árboles: níspereros, ciruelos, perales, higueras y un moral medio caído donde luego enseñé a mis sobrinos a caminar por su tronco.
Así que entiendo bien a esta niña, en su mundo vegetal.
Besitos, linda Marichuy.