Apenas habría dado la una de la madrugada, cuando un suave quejido me sacó de mi sueño. Casi dormida me levanté de la cama y corrí a su lado para encontrarla ligeramente pálida, masajeando insistentemente su estómago, como si quisiera apaciguar su dolor. A mi pregunta de qué le pasaba, respondió con un casi divertido: ¿ya ves por qué dicen que la gula es pecado? Si no me hubiera comido tantos duraznos, ahora no estaría pagando con semejante cólico y estas inusuales náuseas. Se dolía pero reía. Y yo que a esas alturas ya estaba más despierta, la bromeé diciéndole ¿no pensarás que a estas horas nos pongamos a rezar el rosario, verdad? Sonrió débilmente antes de responderme que no sabía a quién había yo salido así de atea. Minutos más tarde, tras prepararle una infusión de manzanilla con anís y yerbabuena, la dejé acostada y regresé a seguir durmiendo... como si nada pasara. Y pasaba. Tanto y tan definitivo.
Pasó de todo. Fue rudo e inesperado: en menos de seis semanas todo se fue al carajo. Sucedió tan rápido que apenas recuerdo la mañana en que ingresamos al hospital ubicado al sur de la ciudad. Y luego, uno tras, el sinfín de exámenes de laboratorio para finalmente, tras varios días tensos y acelerados, saber la verdad. Cruda y desnuda de paliativos. Tras escuchar la noticia en voz del Médico, me sentí como expulsada de mi endeble nube de esperanza, como derribada por un impacto fulminante. Tan fulminante como la enfermedad diagnosticada. El Doctor, que no conocía la sutileza (supongo que así es mejor), siguió con su larga disquisición médica pero yo ya no quise escuchar. Salí del hospital y caminé sin rumbo durante un buen rato, hasta que una inesperada llovizna me sacó de mi ensimismamiento. Entonces regresé sobre mis pasos y subí hasta la habitación. La encontré dormida, con el rostro iluminado diáfanamente por la luz de ese extraño atardecer veraniego que se colaba por las persianas. En lugar de sentirme feliz de verla así, quise llorar, gritar, pero no lo hice. Sólo me quedé ahí contemplándola por un largo rato. Su rostro dormido parecía contradecir el contundente diagnóstico del médico: plácido, dulce, con un ligero tono rosado. Nada de palidez enfermiza, nada de crispación. Y de pronto comprendí a cabalidad –en decir, puse en práctica- el significado de un refrán multicitado por ella, casi como consejo: hay momentos en los que no queda más que hacer de tripas corazón. Fue ahí, viéndola dormida, perdida en un sueño del que ya no despertaría jamás, cuando aprendí (no del todo, a veces me falla) a hacer de tripas corazón: me senté junto a ella, sin hacer nada más que mirarla en silencio para fijar en mi mente esa imagen suya tan serena, casi aliviada. Y así ha sobrevivido, sin perder un ápice de su nitidez, pese a las brumas del tiempo.
Post Scriptum. Después de meses de no hacerlo, hoy volví a publicar en el Blog de Escribidores y Literaturos. Se trata de un texto que complementa esta entrada. Por si les interesa darle una leída: la última noche
Pasó de todo. Fue rudo e inesperado: en menos de seis semanas todo se fue al carajo. Sucedió tan rápido que apenas recuerdo la mañana en que ingresamos al hospital ubicado al sur de la ciudad. Y luego, uno tras, el sinfín de exámenes de laboratorio para finalmente, tras varios días tensos y acelerados, saber la verdad. Cruda y desnuda de paliativos. Tras escuchar la noticia en voz del Médico, me sentí como expulsada de mi endeble nube de esperanza, como derribada por un impacto fulminante. Tan fulminante como la enfermedad diagnosticada. El Doctor, que no conocía la sutileza (supongo que así es mejor), siguió con su larga disquisición médica pero yo ya no quise escuchar. Salí del hospital y caminé sin rumbo durante un buen rato, hasta que una inesperada llovizna me sacó de mi ensimismamiento. Entonces regresé sobre mis pasos y subí hasta la habitación. La encontré dormida, con el rostro iluminado diáfanamente por la luz de ese extraño atardecer veraniego que se colaba por las persianas. En lugar de sentirme feliz de verla así, quise llorar, gritar, pero no lo hice. Sólo me quedé ahí contemplándola por un largo rato. Su rostro dormido parecía contradecir el contundente diagnóstico del médico: plácido, dulce, con un ligero tono rosado. Nada de palidez enfermiza, nada de crispación. Y de pronto comprendí a cabalidad –en decir, puse en práctica- el significado de un refrán multicitado por ella, casi como consejo: hay momentos en los que no queda más que hacer de tripas corazón. Fue ahí, viéndola dormida, perdida en un sueño del que ya no despertaría jamás, cuando aprendí (no del todo, a veces me falla) a hacer de tripas corazón: me senté junto a ella, sin hacer nada más que mirarla en silencio para fijar en mi mente esa imagen suya tan serena, casi aliviada. Y así ha sobrevivido, sin perder un ápice de su nitidez, pese a las brumas del tiempo.
Post Scriptum. Después de meses de no hacerlo, hoy volví a publicar en el Blog de Escribidores y Literaturos. Se trata de un texto que complementa esta entrada. Por si les interesa darle una leída: la última noche
23 comentarios:
Enternecedor. Hiciste sobrevivir a un ser querido.
El mejor recuerdo que puedes conservar...
Un abrazo
veamos escribidores y literatos...
Cuanta crudeza, Chuy. No puedo más que recordar algo muy parecido que me sucedió, y me dejo noqueado mucho tiempo. Un abrazo
tienes siempre el tino preciso marichuy para hacer algo cotidiano... en excepcional con el modo de escribir
decir las cosas como nadie y sobre todo...
de "hacer de tripas corazón"
triste...muy triste...abrazo alegre marichuy!
Hay que leer los dos escritos para complementarlos, para intentar entender, no la historia en si, sino la magnitud del sentimiento involucrado en la misma.
Gracias por compartir.
Ya tambien te escribi alla.
Y te vuelo a dar abrazo aquí.
Te abracé allí y te abrazo aquí.
Hay ausencias que nunca dejan de dolernos, una cicatriz en el alma y en el corazón que sangra hoy sí y mañana también.
Una delicia la relación que tenía entre ambas.
la lejanía no deja de ser, también un dolor, nos muestra la ausencia...
te abrazo
tiene razón Claudia, estas letras la han salvado de la muerte del olvido
te dejo un abrazo profundo
Yo recuerdo el hermoso y plácido rostro de una bella mujer importantísima en mi vida. Me obligaba a olvidarlo... ella había recibido el mismo diagnóstico una semana antes.
Un día dejé de luchar contra mis recuerdos. Y hoy, vive más que nunca... como dicen Malbicho y Clauda, lo que hay que hacer es evitar la muerte del olvido.
Abrazo.
marichuy............ tu escrito me hace pensar en un amigo mutuo muy querido que ha pasado por alli, en ambos lados de la historia.
gracias
"De tripas corazón"
Creo que no he podido aprender a hacerlo mi Chuyis...
Es la hora en que el dolor vuelve una y otra vez... tan intenso como en el principio...
Tal vez el tiempo me dé fuerza...
Yo a diferencia de ti, evado los recuerdos y más aún los de esos momentos... simplemente no puedo con ellos...
Besos tristes
empece al reves, ya no es raro en mi... te lei primero alla, que rebelde me siento! ;)
ojala huiera alguna medicina para quien recibe malas noticias en los hospitales, algo que desaparezca esa sensacion que bien manejas aqui.
te dejo un gran abrazo nena con muuucho cariño
Llevo un tiempo apartado de hacer visitas a los amigos. Poco a poco me volveré a poner al día. Ten un buen inicio de semana.
Saludos y un abrazo.
Según yo, hice de tripas corazón, con la reciente mala noticia, pero a pesar de sentirme cool frente al evento, el malestar estomacal, el fuego labial y la tortícolis me indican que mi cuerpo no está dispuesto a mostrarse insensible frente a la magnitud de lo sucedido. Un abrazo
Marichuy...
Je te serre très fort contre moi. Ta douleur et ta pudeur de sentiments me bouleversent.
J'ai déjà était a ta place, mais aussi a la sienne. Par fois je me demande pourquoi je suis toujours ici. Et parfois je suis simplement contant de pouvoir te lire.
J'ai les larmes aux yeux, mais cela fait du bien...
El dolor y la ausencia siempre permanecen en nuestros corazones ... Un gran abrazo marichuy
Me gusta la "nueva parte de arriba"!
Bonitos cuadros.
:)
Tras leer ambos escritos resulta imposible no empatizar con tu vivencia, marichuy. Cualquiera que se haya enfrentado al dolor de la pérdida y a la aséptica sordidez de los hospitales puede saber de qué hablas hasta con lo que callas.
Un abrazo.
esas imagenes son las que mejor se quedan guardadas en nuestros recuerdos...
abrazos Marichuy, que estes muy bien
=)
Sentí tristeza.
Querida Marichuy,
Y por mucho que "hagamos de tripas corazón", esos instantes se quedan grabados para siempre en algún lugar de nuestras emociones, y afloran recurrentemente, a pesar de los muchos años transcurridos.
Los tengo a ambos muy presentes.
Un abrazo.
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