©Ricardo Ramírez Arriola,
Le Monde, Der Spiegel, Libération, Washington Post, New York Times, The Guardian… algunos de los periódicos que no salen de su azoro: ¿Cómo es posible que México haya votado por el regreso del imprestable, corrupto, fraudulento, Partido Revolucionario Institucional? ¿Cómo es que ha decidido volver al partido que lo gobernó ininterrumpidamente durante 71 años mediante una serie de trampas, fraudes y formulismos disfrazados de democracia, por el PRI que lo llevó a vivir en un régimen semi-autoritario que de tan simulado se ganó el mote de Dictadura Perfecta. ¿Cómo es posible? Todos ellos se lo preguntan y no acaban de hallar la razón. Como nosotros. Aunque acá sí atisbemos algunas. La primera: no fue un fraude en el sentido tradicional del término. Segunda, si hubiera una metáfora para la elección presidencial mexicana estar sería la del futbol: los votos, como los goles, sí entraron la portería del rival… que fueran en evidentísimo fuera de lugar o hasta metidos con la mano, que el juez de línea o el árbitro le perdonaran algunos penaltis al ganador, es otra cosa, pero de que los goles entraron… entraron. Como los votos. Y la tercera, si bien el triunfo del PRI nos duele, hay que reconocer que el resultado fue en gran medida un castigo para el gobierno de Felipe Calderón, un ya basta a su guerra sin ton ni son que tantas vidas ha costado sin lograr mermar ni un ápice el poder de los narcocriminales. Muchos mexicanos no sentimos derrotados a la mala, pero hay unos que fueron derrotados con todo merecimiento: el partido gobernante, el presidente y su gobierno. Felipe Calderón es el mayor perdedor de la elección presidencial. Y sin embargo, aun siendo el mayor y merecido perdedor, él la librará. Calderón se irá —tal vez— al exilio, dejándonos un país lleno de encono, violencia, dolor, con un número indeterminado de muertes impunes. Triste final para el hombre que llegó al poder con la promesa de la seguridad y el empleo. En ambos rubros fracasó estrepitosamente. No obstante, él no es el único fracasado. Se trata de un fracaso como sociedad. Todos, en mayor o menor medida, hemos fracasado. Los que no votan o anulan su voto porque sienten que ningún político está a la altura de la estatura de sus vidas, quizá debían hacer un pequeño ejercicio de autocrítica y preguntarse qué tanto han hecho para contribuir a la mejoría de la clase política. Los demás, los que votamos conscientes de nuestra estatura moral promedio, sin rasgarnos las vestiduras por las limitaciones de nuestra clase política, asumiendo que no hemos sido capaces de hacer mucho más que votar y pagar impuestos, también debemos aceptar nuestra responsabilidad. Claro, esta es mi humilde opinión. Y pues ya estuvo. Quienes odiaban al candidato de la izquierda pueden sentirse felices: ese testarudo, loco y naco no será su presidente. Que les aproveche y que con su PRIAN se lo coman... :P
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Posdata: Antes de las elecciones, un analista escribió lo que para mí es uno de los mejores diagnósticos —a priori— de lo sucedido el pasado domingo:
"[…] Pero independientemente de lo que suceda el 1 de julio y del rumbo que los mexicanos decidamos para los siguientes seis años, tendríamos que estar de acuerdo en que no podemos seguir más tiempo sin poner control a las televisoras. Si gana Enrique Peña Nieto, es una confirmación de que el proceso electoral enmarcado por el Instituto Federal Electoral (IFE) es una burla: los presidentes, en estos tiempos, se imponen desde tiempo atrás: al candidato elegido por los poderes reales se le arregla una boda, se le coloca en los programas de espectáculos, se le peina, se le maquilla y se instala con paciencia en el ánimo de las mayorías con años de anticipación. El problema, diría, no es el candidato. El problema es el poder de las televisoras: su enorme capacidad corruptora. A las elecciones, en tiempos de teledemocracia, se llega ya con un monigote maquillado, un pelagatos cualquiera convertido en "salvador" por la fuerza de la publicidad. Y así como funciona hoy nuestro sistema democrático, el IFE sirve sólo para validar la elección, para extender la constancia de mayoría y para dar argumentos de "civilidad" en contra de los que se atrevan a cuestionar el triunfo armado con anticipación. Las elecciones, entonces, son sólo un trámite. Se me ocurre una metáfora: es el examen final de un curso, una simple prueba por escrito sobre el trabajo hecho durante años. Si todos los días, a todas horas, la televisión nos educa que debemos votar por el monigote, entonces votamos por él. Y la elección se vuelve simplemente un examen final. Pues eso, perdónenme, es fraude. Asusta la palabra "fraude", ¿no? Pues es fraude aquí y en cualquier democracia. Pero esta vez, además, las elecciones serán una confirmación de que hemos reprobado como sociedad. Dejamos que el poder de las televisoras creciera desmesuradamente. Dejamos que este cáncer se metiera hasta la médula: tiene senadores, tiene diputados, tiene gobernadores y tiene alcaldes. Y ahora, si gana Peña Nieto, tendrá un presidente. Ni siquiera los señores del narcotráfico tienen tanto poder corruptor como las televisoras. Lo estamos viviendo. Si llega Peña Nieto, será el primer Presidente seleccionado por dos individuos (Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas) y no por la gente. Ni Joaquín Guzmán Loera. Ni el hombre más rico del mundo, Carlos Slim. Pero no todo es culpa, aclaro, de las televisoras. TV Azteca y Televisa asimilaron las fallas del sistema político, social y económico y lo aprovecharon. Con una sociedad educada, sin ese otro tumor canceroso llamado Elba Esther Gordillo, las telenovelas no habrían alcanzado a vender a Peña Nieto como lo hicieron. Una sociedad educada e informada habría menospreciado de inmediato ese ignorantazo. Con una mayor competencia en los medios, si se hubiera acabado en estos años con el duopolio televisivo, no nos habrían dado a comer ese producto chatarra con tanta facilidad. Insisto: si gana Peña Nieto, fracasamos todos como sociedad. El poder de las televisoras (que se fortaleció ante la debilidad de las instituciones) habrá triunfado. Y a jodernos. A tragarnos seis años a ese Frankenstein hecho con retazos de carne de televisión: un mujeriego bronceado, con casa en Acapulco, como Roberto Palazuelos; un alumno de las enseñanzas de Chespirito; un chistosito frívolo, acrítico de la realidad social, como Eugenio Derbez; un galán, macho, de plástico, como cualquier protagonista de telenovela; un individuo hecho para los Viajes Todo Pagado; un títere funcional que aprendió de memoria los pasos que debe dar cada vez que pise la alfombra roja."
—Alejandro Páez Varela
[Publicado originalmente en Sin embargo : Peña Nieto, nuestro fracaso como sociedad]
[Publicado originalmente en Sin embargo : Peña Nieto, nuestro fracaso como sociedad]
Foto ©Ricardo Ramírez Arriola, en algún lugar de Chiapas, junio 2012
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