escribir

Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva; arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.[Georges Perec]

octubre 19, 2012

escuchar y callar...




No pretendo discernir las razones que llevan a un hombre (padre, novio, amante, marido, hermano, etc.) a golpear a una mujer. Algo tan grave no debe tratarse a la ligera, pero creo que no exagero si digo que todos hemos conocido una historia de maltrato. Visto así, lo que aquí contaré no es ninguna novedad. Lo hago no con afán de denuncia, sino con la idea de compartir mi azoro. Uno que pese al tiempo pasado, y visto lo visto, aún conservo.

En ese tiempo vivía yo en una colonia asentada en una de las zonas mejor ubicadas de la ciudad de México. Una colonia clasemediera aspiracional: se llama Nápoles y sus calles llevan nombres de ciudades gringas. Yo vivía en Dallas… a un par de cuadras de Nueva York. Mucha colonia bien ubicada, pero los apartamentos de mi edificio no medían más de 48 metros cuadrados. Vivir en un departamento de esas características sería motivo suficiente para ensayar la modestia y amabilidad. En cualquier parte… menos ahí: los vecinos subían las escaleras como si en vez de dirigirse a su micro departamento ascendieran a un Penthouse de 300 m2 en la zona más exclusiva de Polanco, que es (o era) la zona más exclusiva y costosa de la ciudad. En un ambiente semejante uno se esperaría cualquier cosa… menos tener que enterarse de todos los pormenores (o casi todos) de la vida de sus vecinos. Ya fuera la vida de una pareja cuya relación estaba marcada por la pasión desmedida, que las aficiones musicales y tabaqueras de una profesora de literatura. No era mi afán enterarme de sus vidas, sólo que era imposible no hacerlo: las paredes parecían de cartón, así que ruidos y aromas cruzaban sin disimulos esos endebles muros. Condenada a escuchar los vítores futboleros del marido o sus ardorosas demostraciones de amor con su mujer, así como a la música y el aroma de los habanos de la literata.

El matrimonio era joven y no conocían la discreción. Ello no habría pasado de un anecdotario más de la vida en condominio, de no ser por la penosa experiencia de escuchar sus pleitos. Y cuando digo escuchar no sólo hablo de gritos, también de violencia física. Tristemente, el guapo del condominio tenía la costumbre de golpear a su mujer. Golpes que no siempre podían disimularse, no sólo por los escándalos con que ocurrían, sino porque más de una vez a ella le fue imposible camuflarlos. 

La pareja vivía en el departamento de arriba del mío y yo escuchaba todo (o casi todo) lo que acontecía en sus vidas. Las veces que llegamos a coincidir, no pude evitar sentirme un poco cohibida: estar enterada de su pasiones privadas y verlos en lugares públicos no era sencillo. Después de varias golpizas escuchadas me sentía doblemente mal: por no hacer nada y porque yo era la intrusiva: al final de cuentas todo pasaba en la intimidad de su hogar. Y eso, aunque parezca exagerado, me provocaba angustia al punto de llegarme a recriminar diciéndome ¿qué tal que un día le da un golpe fatal y tú no hiciste nada para evitarlo? La angustia llegó a ser terrible, los golpes eran cada vez más frecuentes; hubo noches en que me tapaba los oídos como si así pudiera librarme de esa sensación de culpa. Así llegué a verme marcando el 066 para que viniera la policía y colgando antes de denunciar. Me daba temor repetir algo anteriormente experimentado: una busca ayudar a limar asperezas entre una pareja querida y lo único que consigue es quedar como la metiche a quien nadie pidió su parecer. Claro que esto era más que un pleito entre novios adolescentes, así que una noche me decidí ahora sí a pedir ayuda policiaca. Justo estaba girando el disco del teléfono, cuando alguien tocó a mi puerta, fui a abrir y frente a mí estaba la literata aficionada a los habanos. Tras el saludo de rigor, sin más me dijo:

—Oye, ¿no crees que ya estuvo bueno de escuchar y callar? Creo que debemos actuar. Si un día este animal mata a su mujer, yo no podré vivir conmigo misma.

Al escucharla, el alma me volvió al cuerpo. Saber que yo no era la única angustiada me hizo sentir un poco menos mal. Sin más trámites nos dispusimos a llamar al 066. Nos pidieron nuestro datos y demás información de rigor y en pocos minutos estaban abajo del edificio… y ahí el azoro fue total: los policías subieron hasta el tercer piso y tocaron la puerta, después de mucho insistir el marido abrió, furioso, cuando el agente le dijo que habían recibido una denuncia y que por eso estaban ahí, él se molestó más pero a insistencia de los agentes llamó a su mujer (tampoco es que ella no notara lo que pasaba), quien vino a la puerta y aunque era evidente que acababa de ser golpeada, se negó enfáticamente a acusar a su marido. Ambos dijeron que era su vida y que los vecinos no tenían ningún derecho a inmiscuirse en ella. Los policías abandonaron el edificio no sin antes decirnos que seguido veían casos similares y que ante ello, mientras la mujer no pusiera una denuncia, la ninguna autoridad podía actuar contra el agresor. Y las denunciantes, ingenuas metiches, nos quedamos azoradas. Nos resultaba incomprensible que la mujer permitiera el constante maltrato propinado por su pareja. Al mismo tiempo, nos sentíamos frustradas: estábamos destinadas a seguir escuchando, sin quererlo, golpiza tras golpiza… en silencio. Si ella no quería denunciar, nada podíamos hacer; no éramos nadie para hacerlo.

Poco tiempo después, se venció mi contrato y el incremento en la renta fue tal que me vi precisada a mudarme a un departamento más ad hoc con mis ingresos. A saber en qué acabaría aquella violenta relación marital. Lo cierto es que pasado todo este tiempo, cada que leo sobre algún caso de maltrato a la mujer el recuerdo de mis vecinos vuelve a mí… y con él, mi frustración...

Las familias felices son todas iguales; las infelices lo son cada una a su manera… 
—dice Tolstoi en la primera página de Anna Karenina.


***



11 comentarios:

Darío dijo...

Es escalofriante. No sólo la golpiza sistemática, sino la impostura y la impotencia que provoca que estas cosas puedan ocurrir sin que nadie pueda ni quiera hacer nada. La aceptación del poder macho es denigrante, la sumisión. Realmente terrible.
Un abrazo.

Jo dijo...

.. marichuy
a veces est;a dem;as decir que uno est;a mas angustiado que la misma protagonista de tales demostraciones con moretón incluído...

A veces parece mentira que en sociedades `modernas¨como la nuestra esté tan arraigado estos comportamientos y encima uno tenga que hacerse de la vista gorda.

me se unas historias peores y no viven en apartamentos, ni tampoco en zonas rurales... sino en caserones residenciales con todo y servidumbre...
pero pues se aguantan
no se si por el que dir;an o por lo que perderán...


:(

Champy dijo...

Uy Comadrita..... sabes de la casita de la que provengo verdad???
Imagiante la experiencia en esos menesteres.....

Bueno, hace un par de años, en la fuentesota que adorna la entrada de....de ahi donde vivo, uno quieralo o no tiene que bajar la velocidad para acceder, pues justo a lado estaba estacionada una camioneta media modernona con una pareja apasionada dentro.

Pues tuve que frenar totalmente porque a la señora que iba a entrar antecediendome se le cayó la tarjeta con que actuamos el sensor autómatico que activa la pluma.... trás de mi venía otra señora en un vehiculo de señora.

Pues que yo entre que me dió gracia y que me bajo a ayudar a la señora de adelante a recuperar su tarjeta que se fue debajo de su vehículo, y la señora trás de mi me pita escandalosamente (o nos), de entrada esos ruidos me molestan, pues más en esa ocasión en que según yo no tenía motivo la fulana..... la señora a la que yo ayudaba reaccionó igual o peor que yo. Y ella fue la que se le fue encima a la escandalosa del claxón dizque defendiendome..... la pobre y maltratada mujer que venía trás de mi lo que quería era alarmarnos ya que el tipo de la camioneta tenía en el piso a la pobre chava, con su rodilla derecha en el pecho de ella, su mano izquierda sujetando-jalandole de los pelos y con la derecha le daba puñetazos.....

La señora tira tarjetas y yo nos pelamos al instante los ojotes y corrimos en su ayuda.

Ni me preguntes.

Me le fuí sin pensar (peor de barbajan yo que él)... lo pesque del cuello con mis dos antebrazos previa trenzada de su pierna suelta, al jalarlo yo a él, el se trajo a la desdichada consigo, las dos señoras la ayudaron a safarse y me dejaron con él....nos dimos como pelados no mas de 5 minutos en que llegó la Regia Autoridad...

Obvio decirte que al que subieron a la patrulla fue a mi por haber intercedido donde no me llamaban.

Entre las dos señoras y el gentió de gente que se acumuló, la fila de carros por entrar a mi colonia ya era como de 10 abogaron a gritos e impídieron que me llevaran, la infeliz golpeada en todo momento sostuvo abrazado a la victima de mi metichez y se enfadaron cuando los señores justicia me dejaron bajar de la patrulla.

Esa extraña pareja es vecina de un par de manzanas más allá de mi casita, y regularmente nos topamos o vemos de coche a coche.

Un par de veces, la mujer ha portado gafotototas oscuras gigantes y el pelo le cubre misteriosamente media cara, cara que en todo momento evita mostrarme.

En materia de Conductas Relaciones Patologías y Amores entre dos, así debe ser respetado, como de dos.

Cuando entra un tercero ya es perversión.

2046


MauVenom dijo...


Voy leyendo este tipo de casos y conforme avanzo en el texto se me va revolviendo el estómago y acabo enojado... por eso... por eso mismo que mencionas al final, por la impotencia...

pero además... por el triste patético individuo que no tiene control sobre sí mismo y abusa de otro...

y tengo que decirlo... por la triste y patética figura (femenina en este caso) que propicia, participa en el enfermo círculo.

Es algo mucho más común de lo que se piensa, el otro día estaba leyendo el alto indice de violencia doméstica que hay también en parejas del mismo sexo

... que duro que no seamos más que cavernícolas con acceso a la tecnología.

Y además víctimas circunstanciales... porque el espectador y testigo es también víctima.

Grotesca sociedad en la que nos toca ver pero debemos voltear hacia otro lado pretendiendo que no pasa nada.

Beso


virgi dijo...

Aquí sale cada semana, por no decir cada día, un caso así.
Pavoroso y terrible no sólo las palizas, sino el porqué de aguantarlas.
Besote, querida Marichuy

Mafalda dijo...

...

Ay querida, pues yo te cuento de mis experiencias con mis conocidos de la realeza, con todo y guardias de honor. Las golpizas son el pan nuestro de cada día en palacio, pero tanto reinas, condesas y princesas tienen que tolerar si quieren continuar con sus lujos...

Jajaja...

No te digo, así soy de ma... na. Sólo tú, que eres una santa, mija, aguantas y hasta interactuas con cada farsante. Habrá que darte un premio a la tolerancia.

Me dio mucha risa el inicio de tu post. Eso del depa en la Nápoles. Conozco gente que vive en el Estado de México y en zona popular y se da unas ínfulas. Creo que esas personitas son las que más me provocan urticaria. Sí, más que las clasemierderas que viven en la condesa, Roma, Nápoles, narvarte, etcétera.

Bueno, a mi «más que otra cosa», me tocó recibir a las golpeadas en el hospital. Lo bueno es que no he tenido la experiencia como la que relatas mi Marichuy, no sé cómo reaccionaría.

Creo que mientras la mujer no pida ayuda o decida salir del infierno, no es conveniente meterse.

Saludos...

Mafalda.

Xabo Martínez dijo...

Mira nada más. Yo viví en Nebraska algún tiempo. Y sí los departamentos eran pequeños. Lo único que conocí de por ahí cerca era un parque y luego el blocksbuster que era a donde llegamos de repente algún sábado. El tema de los golpes es desolador. Y los hombres tenemos muy poco que decir: en el mejor de los casos no entendemos y en el peor somos los causantes del problema. No entiendo la violencia, no le hallo razón de ser.

Un abrazo nocturno.

Georgells dijo...

Hola Marichuy!

Cruda y fuerte tu narración, como suelen serlo tus textos, y también entrañable a la vez.

En el acoso intrafamiliar o violencia doméstica, uno de los problemas principales es el ciclo psicológico en el que se ven atrapadas las víctimas. Es un triángulo muy estudiado que coloquialmente se llama "verdugo-salvador-víctima" y del que hay muchísima literatura, también en Internet.

La víctima pone su propio valor personal en la percepción de su pareja. Es decir, su autoimagen depende de la opinión ajena. La pareja agresora se instala en un doble papel: es verdugo cuando censura, critica, impone, insulta, agrede, viola, golpea o mutila a su pareja (con lo cual va vulnerando la autoimagen de la víctima). Pero luego vira y adquiere un papel de "pseudo víctima" respecto de su condición y pone a la verdadera víctima en un papel de "salvador", con lo cual ésta se engancha cual droga en su papel.

Por eso no dejan a sus agresores, pues les confieren el doble papel de sometidas y salvadoras del agresor. Eso propicia que cuando alguien externo señala la violencia y disfuncionalidad de la pareja, las víctimas salgan "al rescate" de sus agresores. Encuentran en ello el valor y la autoestima que han perdido en la relación.

Como con los adictos a cualquier droga, la víctima sólo escuchará consejo cuando toque fondo. En algunos casos es pronto, pero otras personas siguen hasta ser asesinadas. Suele funcionar la estrategia de hacerlas reflexionar sobre su propia valía, antes que denostar al agresor.

Hace un par de años escribí un post al respecto en mi blog. Al final pongo varias ligas sobre el abuso, redes de apoyo para víctimas y más información que vale la pena compartir (sólo por eso lo publico y en verdad disculpa el que ponga aquí la liga):

http://comportamiento-emergente.blogspot.com.es/2009/11/abuso-emocional.html

Un abrazo!

G.

P.S. Y en el caso de México, cuando escuches algo así, no denuncies violencia intrafamiliar. Denuncia "alteración del orden público" y "escándalo a menores". No importa lo que suceda dentro. Tal y como está configurado el derecho mexicano actual, sólo lo que es del orden público es perseguible y entre ello está la convivencia vecinal. La violencia intrafamiliar es de orden privado y por ello requieren denuncia específica de la pareja.

malbicho dijo...

qué valioso comentario el de Georgells

en lo personal, creo que hicieron bien en "meterse", fue una oportunidad que le brindaron a la víctima, ya era decisión de ella decidir si tomarla o no, pero si no fue en ese momento tal vez en otro le ayude saber cómo veían su situación los demás, no todos los casos son iguales y tal vez ese ofrecimiento de ayuda pudo haber salvado la vida de otra mujer, así que yo creo que debes sentirte bien contigo, porque además hubo otra situación valiosa: la manera en que tú y la profesora se organizaron para crear una red de apoyo y solidaridad para otra mujer más vulnerable, si no salio bien esa vez, por favor que eso no te desanime para que en otra ocasión estés dispuesta a colaborar en otra red solidaria, la mayoría de las mujeres que han sobrevivido a la violencia doméstica lo han hecho porque alguien más mantuvo una mano extendida hasta el momento en que ella pudo asirse de ella

La abuela frescotona dijo...

querida Marichuy lo cuentas tal cual,en mis tiempos pasados colaboraba en trabajo social y muy pocas denunciaban al maltratador, ademas lo consideraban muy machote, era el "protector" el que les traía el sustento y el ser al que ellas mantenían limpio y bien planchado, querida amiga abrazo

Cuentos Bajo Pedido ¿Y tu nieve de qué la quieres? dijo...

Como en muchas cosas, sólo uno mismo puede ser el libertador. Pero lo que si es tu derecho es no presenciar esos escpandalos que también agobian. Uan vez si paré una pelea verbal muy agresiva y les dije ya estuvo no tengo porques escuchar esto. Je si se sacaron de onda peor lo único que sucedió es que no se volvió a dar el conflicto fernte a mí pero siguió.
En fin. Saludos