escribir

Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva; arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.[Georges Perec]

agosto 27, 2012

la de los ojos abiertos...

Photo par  Hengki Koentjoro 


la vida juega en la plaza
con el ser que nunca fui

y aquí estoy

baila pensamiento
en la cuerda de mi sonrisa
______________
[La poesía de Alejandra Pizarnik debiera acompañarse de un Caution: 'no leerse en caso de morriña']

______________

El poema completo: la de los ojos abiertos


***

agosto 22, 2012

volver... sólo una vez...



A los lugares donde has sido feliz no haz de volver...

La felicidad medida en lugares y momentos. Si pudiésemos hacer acopio de nuestros momentos felices, unir todos esos chispazos de efímera dicha ~quizá nos quedaría algo como un Frankenstein de la felicidad~ y escoger sólo uno, ¿a cuál intentaríamos volver? O más bien, ¿querríamos volver a ese lugar?

Cuando alguien se suicida, invariablemente me da por fantasear que tal vez en su instante final tuvo algo así como un atisbo de reconciliación consigo mismo; imaginar que su último pensamiento fue el recuerdo de algún instante dichoso. No quería hablar del suicidio… pero... resulta que ayer leí una nota sobre la novela de Sándor Márai recientemente publicada, Liberación: una crónica novelada del cerco soviético a Budapest hacia fines de 1944, y en esa nota [muy buena por cierto: La crudeza necesaria de Sándor Márai] se hace alusión al suicidio del escritor húngaro. Que así como los gringos —y no sólo los gringos— van a Las Vegas a matrimoniarse, Márai fue a San Diego a suicidarse: nada más lejano a la majestuosa y altiva colina de Buda, que esa ciudad californiana poblada de nuevos ricos. Alguna vez leí que Márai se suicidó no por el tiro que se metió en la cabeza, sino ahogado por la soledad tras la muerte de su esposa e hijo. Empero, su suicidio no fue un acto de locura sino algo bien planeado: primero aprendió a disparar para darse sólo un balazo, certero... letal. Imagino a ese hombre solo, exiliado en una ciudad tan distante a su tierra natal, ¿qué pensaría antes de jalar el gatillo?, ¿pasarían por su mente, como quien navega por el Danubio, imágenes de la hermosa Budapest, ese lugar donde creo alguna vez fue feliz? Me digo esto porque —de manera ingenua, lo sé— me gusta creer que en su último instante el suicida pudiera experimentar una especie de regreso al lugar/momento donde alguna vez, así fuera fugazmente, fue feliz.

Dejando de lado mis elucubraciones sobre lo que pudiera ser el último pensamiento del suicida, intento un acopio de mis momentos/lugares felices. De la nada viene a mi mente (con la claridad de una película casera) una escena casi bucólica: una tarde luminosa ligeramente aireada, yo —a la edad de cuatro años y vestida con un coordinado de short y camisa sin mangas confeccionado por mi abuela— paseo en brazos de un primo adulto; una caminata sin prisas por el parque mientras comemos helado. Hace tanto tiempo de eso y aún puedo verlo, casi sentirlo, todo con absoluta claridad: la tarde cayendo bajo un sol tibio, el barullo de los niños jugando en el parque, un señor ofreciendo globos, el viento despeinando mi cabello, la inigualable sensación del helado de chocolate deshaciéndose lentamente en mi boca, mi inocencia, la sonrisa de mi primo… Quizá porque la felicidad se aprecia mejor en retrospectiva, mientras escribo esto me ha entrado una repentina nostalgia por mi niñez al lado de mi abuela, lejos de mis padres y hermanos, pero rodeada de gente que me prodigaba cuidados y afectos. Será que se ubica en la infancia, la patria perdida que dijera Rilke, pero aquella lejana tarde vuelve a mí como uno de mis momentos y lugares más felices. Y sin embargo, pese a sentir nostalgia por ese tiempo ido, y por un momento haberme visto ahí de nuevo, no estoy tan segura querer volver a cruzar ese parque comiendo helado de chocolate. Todo es tan distinto hoy: mi primo (20 años mayor que yo) se fue del país, mi abuela murió, la gente con la que crecí en esa colonia del norte la ciudad ya no vive ahí. Volver significaría más un relámpago melancólico, que una reedición de la dicha pasada.

No estoy segura, pero tal vez sea cierto aquello de que a los lugares donde hemos sido felices no hay que tratar de volver… A menos que se trate de regresar como quien hace su último viaje...
O tal vez no…

***


agosto 20, 2012

volver con la frente marchita…

donde las calles no tienen nombre, foto de Biserko Fercek

“[…] a la luz de tus antiguos fracasos, tus errores de juicio, tu falta de capacidad para entenderte a ti y a los demás, tus decisiones impulsivas e imprevisibles, tus meteduras de pata en cuestiones del corazón, resulta curioso que al final hayas tenido un matrimonio que dure tanto tiempo. Has intentado averiguar las razones de ese inesperado vuelco de la fortuna, pero nunca has podido hallar la respuesta. Una noche te encuentras con una desconocida, y te enamoras de ella; y ella de ti. No lo mereces, pero tampoco lo desmereces. Simplemente ocurrió, y nada puede explicarlo salvo la buena suerte. […]”
_____________________
–Paul Auster. Diario de Invierno, pág. 209
[Anagrama. México, 2012]


***

agosto 19, 2012

y volver...

la calle de los sueños olvidados, foto de Biserko Fercek


A escondidas, como un ladrón, regresas al sitio donde amaste la vida. Quizá ya olvidaste aquella invocación que aconseja jamás volver a los lugares donde se ha sido feliz...

****

agosto 17, 2012

un témpano mal tragado...

Antonin Artaud. Autorretrato, 1946

***
Allí donde otros proponen obras yo no pretendo otra cosa que mostrar mi espíritu.
La vida es un consumirse en preguntas.
No concibo la obra como separada de la vida.
No amo la creación separada. No concibo tampoco el espíritu separado de sí mismo.
Cada una de mis obras, cada uno de los planes de mí mismo, cada una de las floraciones heladas de mi vida interior echa su baba sobre mí.
Me reconozco tanto en una carta escrita para explicar el encogimiento íntimo de mi ser y la castración insensata de mi vida, como en un ensayo exterior a mí mismo, y que aparece en mí como un engendro indiferente de mi espíritu.
Sufro que el Espíritu no esté en la vida y que la vida no esté en el Espíritu, sufro del Espíritu-órgano, del Espíritu-traducción, o del Espíritu-intimidación-de-las-cosas para hacerlas entrar en el Espíritu.
Yo pongo este libro suspendido en la vida, deseo que sea mordido por las cosas exteriores y antes que nada por todos los sobresaltos en acecho, todas las oscilaciones de mi yo por venir.
Todas estas páginas se arrastran como témpanos en el espíritu. Disculpen mi absoluta libertad. Me rehúso a hacer diferencias entre cada uno de los minutos de mí mismo. No reconozco el espíritu planificado.
Es necesario terminar con el Espíritu como con la literatura. Digo que el Espíritu y la vida se comunican en todos los grados. Yo quisiera hacer un libro que trastorne a los hombres, que sea como una puerta abierta y que los conduzca donde ellos no habrían jamás consentido llegar, simplemente una puerta enfrentada a la realidad.
Y esto no es un prefacio de un libro como no lo son los poemas que lo jalonan ni la enumeración de todas las furias del malestar.
Esto no es más que un témpano mal tragado. [...]
______________________

Antonin Artaud, fragmento de El ombligo de los limbos [ L’Omblic des limbes ]



***

agosto 14, 2012

ego eres y en polvo te convertirás...

“[…] El término ególatra se utiliza para hacer referencia a un tipo de personalidad que se caracteriza por una constante autoadmiración y veneración, en cantidades fuera de lo normales y que pueden en algunos casos llegar a ser patológicas. El término ególatra proviene del griego y significa adoración a sí mismo ya que ego representa al yo y latría al culto o admiración. […]”: el ególatra
No es que la egolatría sea algo nuevo, sólo que —creo— ninguna época como la actual le había sido tan favorable. La era web posibilita una sobrexposición progresiva e incontrolable. Con el auge de las redes sociales, las posibilidades de autopromoción son tan variadas como amplio es el culto a la egolatría y reproducción del ególatra. Participar en alguna red social —blogger, wordpress, tumblr, fecebook, twitter— para ejercer nuestra dualidad exhibicionista/voyeur y ya de una vez, así como quien no quiere la cosa, soltarle la rienda al pequeño ególatra que todos llevamos dentro. Quizá sea una forma simplista de verlo, pero creo que aun cuando en todas las redes sociales es posible desarrollar la egolatría (uno aporrea el teclado y sube a la red sus post por razones diversas: puro ‘amor al arte’, necesidad de desahogo, liberar sus demonios internos, contradecir el olvido, etc.), Facebook y Twitter no sólo la ejemplifican de manera inmejorable, sino que, a mi modo de entender, la inducen y potencian en forma creciente. El facebookero desea tener (como en la vieja y cursísima canción de Roberto Carlos) un millón de amigos (aunque ni los conozca) que le den like a cada chistorete estúpido, frase profunda, chisme mundano o maldición que profiera. Y lo mismo, con un efecto mucho más inmediato,  pasa en Twitter. La premisa pareciera ser: debe tener miles de seguidores que retuiteen y faveen sus tweets y cuando esto pase, cuando el robotito de Fav Star le avise que su tweet ha sido faveado por un montón de tuiteros, usted, claro, deseará informar tal noticia al resto de sus seguidores, así que… a retuitear esa buena nueva que un robotito acaba de notificarle. Es decir, nada como ejercer la autoveneración. Y si no es así, si por una rareza de la vida usted no fuera un gran ególatra, el propio Twitter estará listo para darle una ayudadita mediante puntuales notificaciones cuanto alguien lo unfollowee (deje de seguirlo), retuitee, favee. Esto y más, gracias a herramientas especialmente diseñadas, cuya única función pareciera ser la de espolearle el Ego:

Su semana en Twitter: usted no recibió un solo fav, ni un retuit y, lo que es peor, en vez de ganar followers (seguidores) perdió a 15…

Información que, de ser usted alguien vulnerable, le hará una pequeña abolladura al Ego… al ver cómo Twitter y sus herramientas ultra útiles le restriegan en la cara que sin importar lo que haga… usted nunca será un tuitstar. Claro, esto siempre y cuando usted haya querido ser un tuitstar. Y tal vez, si usted no era tan ególatra antes de entrar a Twitter, es altamente probable que una vez vuelto adicto (además de todo, Twitter puede resultar muy adictivo), su pequeño ególatra —ese que todos llevamos dentro— ya estará desarrollado en todo su potencial. De hecho, creo que una de sus definiciones podría ser así:

 Ególatra: s.- el pequeño twitterito que todos llevamos dentro.

Y también podríamos medir nuestros niveles de egolatría preguntando:

De cero a twittero, ¿qué tan ególatra es usted?

Eso sí, para no ofender con mi simplismo a quienes afirman no conocer esa cosa tan fea llamada egolatría y que en su vida han visto a un ególatra, debemos hacer una obligada acotación:

Aunque todos somos ególatras, también entre ególatras, egocéntricos y urgidos de atención… hay niveles.


***

agosto 12, 2012

amarga dulzura...


Dulce es la venganza, sobre todo para las mujeres...
Lord Byron


__________________________________
imagen: Anne-Julie Aubry trois femmes


***

agosto 06, 2012

en vano escribo...


“Cambio de color de papel, de color de tinta. Escribo llorando. Escribo riendo. Escribo contra el frío y el miedo. En vano escribo. El silencio me ha corroído: quedan algunos poemas como huesos de muerto que cincelo en mis noches miedosas. Se ha perdido el significado de la palabra más obvia. Y aún escribo, aún me precipito con urgencia a narrar estados de asombro y de ira. Una levísima presión, un nuevo reconocimiento de lo que te acaba y ya no escribirás. Estamos a pocos pasos de una eternidad de silencio.” 

____________________________
[Alejandra Pizarnik, Diarios. París, diciembre 29 de 1962]


_____________________________
imagen: fotograma del film El hombre de Londres, de Béla Tarr

***

agosto 01, 2012

la sociedad de la simulación...


En el mundo realmente invertido lo verdadero es un momento de lo falso.
—Guy Debord, la sociedad del espectáculo


La Hija del General, film hollywoodense, no es ninguna masterpiece. Aun así, me entretuvo una noche de estas y hasta me hizo ver claros reflejos de la sociedad mexicana (y no sólo mexicana). La película inicia con el hallazgo del cadáver de una joven mujer, la hija del general. A partir de ahí la historia discurre sobre la torcida investigación en torno a su muerte, hasta que dichas pesquisas regresan, vía flash back, siete años atrás, cuando la hija del general era una estudiante súper inteligente, guapa, arrojada y apasionada en la Academia Militar. Obvio, tantas cualidades despertaban odio/envidia en sus compañeros de clase, machitos aspirantes a soldaditos [al parecer, la chica gozaba haciéndoles sentir el peso de su superioridad intelectual.] Así que una noche ellos deciden darle un escarmiento a esa sabelotodo-hija-de-papi. Y, claro, su machismo en sintonía con su pequeñez cerebral sólo alcanza para idear una violación en medio de la noche, en algún solitario lugar. Ultrajarla, humillarla, demostrarle su superioridad física, su poderío masculino en su punto más alto y animal y, en este caso, multiplicado por cinco. No hace falta dar cuenta de las infamias al que se ve sometida la chica. Sólo me detendré en una: para poder actuar con total libertad durante su infamia, la víctima es 'clavada' al piso, amarrada a unas estacas, e inmovilizada con sus propias bragas atadas al cuello. Finalmente, tras horas de vejaciones a manos de esos malnacidos, un helicóptero de vigilancia nocturna llega al sitio y la rescata… previa huida de los violadores. Hasta aquí no he contado nada nuevo, pero era necesario para entender el absurdo de la secuencia que me hizo pensar en nuestra desgracia como sociedad: una vez rescatada y hospitalizada por contusiones, infecciones venéreas y demás resabios de la violación tumultuaria, la hija del general yace en la cama del hospital, su rostro con las huellas de la golpiza, sus ojos llorosos. A su lado se encuentra su padre, que recién regresado de hablar con el Secretario a quién solicitó su intervención para castigar de manera ejemplar a los agresores de su hija. Pero resulta que a la atendible petición del General el Secretario responde que si bien comparte su indignación, ambos saben que a esos niveles lo prioritario es la salvaguarda de la imagen de las Instituciones —West Point, la US Army, la patria misma, da igual—. Una denuncia semejante repercutiría negativamente en el alumnado femenino presente y futuro. Y, sobre todo, dañaría el prestigio de la Academia. Por ende, si él —el padre— es un buen soldado no debe permitir que su hija denuncie nada. El General se molesta, pero tampoco insiste en la búsqueda de justicia para su hija y así, minutos más tarde, le repite a ella la cantaleta del Secretario: es mejor no denunciar, que él la protegerá y ella deberá hacer de cuenta que nada pasó. Le dice esto a su hija brutalmente violada, mientras besa su frente amoratada y haciendo como si no viera las gruesas lágrimas que surcan el rostro de ella. Así, disciplinado como un buen soldado, instruye a su hija ultrajada: cállate y haz de cuenta que nada pasó… y fin de la discusión.

La historia de la hija del general como la vida misma. El prestigio, las apariencias, son más importantes que el fondo y el sentir. Sea en la política,  la familia o la sociedad… hay que mantener el buen nombre por sobre todo. La fachada por encima del contenido. Qué importa que detrás de una impecable envoltura todo sea podredumbre, corrupción, deshonor, compra de votos, triangulación de recursos, lavado de narcodinero… mientras la fachada siga, o parezca, reluciente, lo demás es lo de menos. En tanto la mugre no salga de debajo de la alfombra, haremos de cuenta que nada ha ocurrido, que nada te ha pasado, hijita; que nadie ha osado humillarte y violarte, sociedad. Simularemos que no existen huellas del ultraje, pensaremos en perspectiva, salvaguardaremos la inmaculada imagen de las instituciones, de la sociedad, de la familia, de la pareja. Simuláremos hoy como siempre... porque hay que pensar en el bien común antes que en el dolor, la vergüenza, humillación, yerros o violaciones a la ley.


***