La Hija del General, film hollywoodense, no es ninguna masterpiece. Aun así, me entretuvo una noche de estas y hasta me hizo ver claros reflejos de la sociedad mexicana (y no sólo mexicana). La película inicia con el hallazgo del cadáver de una joven mujer, la hija del general. A partir de ahí la historia discurre sobre la torcida investigación en torno a su muerte, hasta que dichas pesquisas regresan, vía flash back, siete años atrás, cuando la hija del general era una estudiante súper inteligente, guapa, arrojada y apasionada en la Academia Militar. Obvio, tantas cualidades despertaban odio/envidia en sus compañeros de clase, machitos aspirantes a soldaditos [al parecer, la chica gozaba haciéndoles sentir el peso de su superioridad intelectual.] Así que una noche ellos deciden darle un escarmiento a esa sabelotodo-hija-de-papi. Y, claro, su machismo en sintonía con su pequeñez cerebral sólo alcanza para idear una violación en medio de la noche, en algún solitario lugar. Ultrajarla, humillarla, demostrarle su superioridad física, su poderío masculino en su punto más alto y animal y, en este caso, multiplicado por cinco. No hace falta dar cuenta de las infamias al que se ve sometida la chica. Sólo me detendré en una: para poder actuar con total libertad durante su infamia, la víctima es 'clavada' al piso, amarrada a unas estacas, e inmovilizada con sus propias bragas atadas al cuello. Finalmente, tras horas de vejaciones a manos de esos malnacidos, un helicóptero de vigilancia nocturna llega al sitio y la rescata… previa huida de los violadores. Hasta aquí no he contado nada nuevo, pero era necesario para entender el absurdo de la secuencia que me hizo pensar en nuestra desgracia como sociedad: una vez rescatada y hospitalizada por contusiones, infecciones venéreas y demás resabios de la violación tumultuaria, la hija del general yace en la cama del hospital, su rostro con las huellas de la golpiza, sus ojos llorosos. A su lado se encuentra su padre, que recién regresado de hablar con el Secretario a quién solicitó su intervención para castigar de manera ejemplar a los agresores de su hija. Pero resulta que a la atendible petición del General el Secretario responde que si bien comparte su indignación, ambos saben que a esos niveles lo prioritario es la salvaguarda de la imagen de las Instituciones —West Point, la US Army, la patria misma, da igual—. Una denuncia semejante repercutiría negativamente en el alumnado femenino presente y futuro. Y, sobre todo, dañaría el prestigio de la Academia. Por ende, si él —el padre— es un buen soldado no debe permitir que su hija denuncie nada. El General se molesta, pero tampoco insiste en la búsqueda de justicia para su hija y así, minutos más tarde, le repite a ella la cantaleta del Secretario: es mejor no denunciar, que él la protegerá y ella deberá hacer de cuenta que nada pasó. Le dice esto a su hija brutalmente violada, mientras besa su frente amoratada y haciendo como si no viera las gruesas lágrimas que surcan el rostro de ella. Así, disciplinado como un buen soldado, instruye a su hija ultrajada: cállate y haz de cuenta que nada pasó… y fin de la discusión.
La historia de la hija del general como la vida misma. El prestigio, las apariencias, son más importantes que el fondo y el sentir. Sea en la política, la familia o la sociedad… hay que mantener el buen nombre por sobre todo. La fachada por encima del contenido. Qué importa que detrás de una impecable envoltura todo sea podredumbre, corrupción, deshonor, compra de votos, triangulación de recursos, lavado de narcodinero… mientras la fachada siga, o parezca, reluciente, lo demás es lo de menos. En tanto la mugre no salga de debajo de la alfombra, haremos de cuenta que nada ha ocurrido, que nada te ha pasado, hijita; que nadie ha osado humillarte y violarte, sociedad. Simularemos que no existen huellas del ultraje, pensaremos en perspectiva, salvaguardaremos la inmaculada imagen de las instituciones, de la sociedad, de la familia, de la pareja. Simuláremos hoy como siempre... porque hay que pensar en el bien común antes que en el dolor, la vergüenza, humillación, yerros o violaciones a la ley.
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