escribir

Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva; arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.[Georges Perec]

febrero 17, 2012

un cuento de amor... [o ¿el amor es un cuento?]

Anne-Julie Aubry



AMOR I [Él]

A ella le gusta el amor. A mí no. A mí me gusta ella, incluido, claro está,
su gusto por el amor. Yo no le doy amor. Le doy pasión envuelta en palabras,
muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al
impostor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con apariencias, no la
amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que perseveran juntos por
obra de un sentimiento equívoco y de otro equivocado. Somos felices.
[...]
AMOR II [Ella]
Pretende que yo estoy enamorada del amor y que a él sólo le interesa el
sexo. Dejo que lo crea. Cuando su cuerpo me estremece, lo atribuye a sus
muchas palabras. Cuando mi cuerpo lo estremece, lo atribuye a su propio
ardor. Pero me ama. Y no lo saco de su engaño porque lo amo. Sé muy bien que
seremos felices lo que dure su fe en que no nos amamos.
…………

[Raúl Brasca, escritor argentino]

........................


Y para terminar, otro cuento de amor, uno de leyenda. No exactamente como dicen que sucedió, sino como yo quiero creer que pasó:

Penélope y Ulises... y la otra
 
A fin de mantener a sus hijitos a salvo de cualquier tipo de daño, las madres abnegadas les aconsejan alejarse de las malas mujeres. Y como un cliché tendencioso nunca viene solito, suele suceder que a la mayoría de los hombres son precisamente esas malas mujeres las que más les atraen. Y para tener la tercia completa, podría decirse que sin esa desobediencia masculina hacia los consejos de mamita, la literatura y el cine nos habrían privado de un sinnúmero de personajes masculinos llevados a la perdición por culpa de una mala mujer. Y, claro, de no ser por ese tramposo cliché quizá no habríamos conocido a tantas mujeres —reales y ficticias— cuya mala fama ha sido directamente proporcional a su inteligencia y a la fascinación que nos han provocado… como Circe, quien bien podría ser considerada una de las primeras femme fatale de la historia.


Circe, la leyenda le atribuye poderes de hechicera: dicen que acostumbraba convertir en cerdos a los hombres. Según quien lo cuente, únicamente lo hacía con quienes la rechazaban —cosa difícil de creer, dada la belleza y artes seductoras que la propia mitología le atribuye—, o con todos por igual, sólo por dar rienda suelta a su in infinita maldad. A saber. El tema es que Circe empata con esa creencia de que las malas mujeres son las causantes de las mayores desgracias masculinas. Bien mirada, esa tendenciosa idea no debería molestarnos tanto a nosotras como a los hombres, pues es a ellos a quienes hace ver como seres pasivos, carentes de voluntad y capacidad de decisión, siempre a expensas de lo que esas malas, malísimas damiselas quieran hacerles. Y como casi siempre ocurre, los mismos que imponen estereotipos de mujeres buenas y malas, son los proveedores del antídoto, en este caso, vestido de redención: las malas mujeres son susceptibles de redimirse... merced al amor. Y hasta ahí llegó su el encanto, porque lo que sigue es verlas gimotear como en cualquier telenovela cursi que se respete… y ni Circe se escapa de esta melcochosa redención.


Ya conocen la historia de esa feliz pareja formada por Ulises y Penélope. Él, un gran guerrero y ella... una buena y docilita mujer, a quienes tanta dicha ya les había aburrido un poquito y como no era cosa de andarse con monerías del tipo: "vamos a darnos tiempo", mejor buscarse alguna guerra, que nunca faltan. Claro, no cualquiera, sino la muy célebre Guerra de Troya [si Ulises fuera nuestro contemporáneo, bien podría irse a luchar contra el Banco Europeo, el FMI, el Banco Mundial, Herr Merkel y demás saqueadores del capitalismo salvaje]. Así que hacia allá partió Ulises con un doble objetivo: ser héroe y librarse de la rutina matrimonial; se marchó en pos de laureles y dejó sola a Penélope. Y como ella era una buena mujer, no le quedaba más remedio que guardar la compostura y esperar a que su marido regresara... en veinte días, veinte semanas, veinte meses... o veinte años.


Firme se mantuvo Penélope a la espera de su amado, tejiendo lienzos interminables para alejar de su mente los malos pensamientos y de su ser entero las tentaciones, que no fueron pocas. Y mientras ella tejía y tejía, Ulises libraba batallas, conocía otros mundos y... otras damas. Una de ellas, Circe, quien lo recibió en su isla-reino, ofreciéndole casa y comida a él y a sus compañeros, cuando éstos se encontraron extraviados y devastados. Pero como según la mitología, ella es la mala mujer de esta historia, sólo les brindó abrigo para poderlos convertir en cerdos. A todos menos a Ulises... pues si no quién iba a ser el héroe del cuento. Tan heroico él que únicamente aceptó la hospitalidad de Circe para poder salvar a sus amigos del maleficio porcino. Y en este punto es donde entra la redención, pues Circe quedó tan enamorada de Ulises que no sólo no lo convirtió en un lindo cerdito, sino que rompió el hechizo de sus compañeros, no sin antes caer a los pies del hijo pródigo de Ítaca clamando su perdón e implorándole un poquito de amor. Y él, en una muestra de su infinita generosidad, la perdonó y aceptó quedarse a vivir a su lado unos añitos... nada más para que nadie fuera a dudar de la sinceridad de su perdón o a decir que era un mal agradecido. Y después de ese tiempo —durante el cual no dejó de pensar en Penélope ni un solo día, según dice Homero—, llegó un momento en que ya no pudo con la nostalgia y decidió emprender el regreso a la añorada Ítaca y abandonar a Circe, con quien ya había procreado algún vástago según cuenta la mitología.


A punto de lanzar improperios contra Homero y el héroe de Ítaca, venturosamente el mito —por tanto usted crea lo que mejor le plazca— nos abre la posibilidad de un inesperado happy end. Casi como si de una venganza dantesca planeada se tratara —por Edmundo Dantes, no por el infierno de Alighieri: a la muerte de Ulises, Penélope y Circe se hicieron amigas y terminaron sus días viviendo en familia —junto con los hijos que cada una había procreado con el mítico héroe— en la isla-reino de Circe, con sus vidas amorosas rehechas y sin pasar penurias de ningún tipo...


Casi como final de telenovela, con la femme fatale redimida como toda una señora felizmente casada y con su ex-rival convertida en su mejor amiga. Aun así, no deja de ser una ironía… aunque no sabría decir quién rio más al último… si Ulises o ellas.

*****


8 comentarios:

Jo dijo...

y yo que pretendia creerme penelope....
hace ya un tiempo que creo que el que mas se divirtió fue ulises

cuando yo pretendo divertirme con el amor.. sinceramente me sale mal
no se jugar a lo práctico...
no se si penelope y ulises vinieron a darnos un enfoque trasgiversado o son los cuentos de hadas...

si yo pido amor
ellos follar
y si estoy dispuesta .. aunque me tarde (no como ulises claro)
ellos se van con circe, megara, y todo el séquito de rubitas (oxigenadas) jaja.
en fin que... creo que me agrada el plan de femme fatale porque a decir verdad aunque el termine follandoselas a todas en un golpe de suerte o karma le dará gonorrea



(cuántas estupideces dije mi marichuy que proyecte)

QUANTUM dijo...

En alguna parte leí: Mejor arder mientras duren las llamas de la locura, a ver pasar la vida entre las tibiezas de la cordura.
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A continuación, a manera de cuento, un fragmento del libro ‘Anatomía del deseo’ por Simon Andreae. Capitulo seis; El enamoramiento:

      "Little Green era la niña más bonita del campamento. Sus trenzas y su ropa interior bordada eran la envidia de las demás. Bailaba en los dormitorios, cantaba en los campos, y tenía un andar muy ágil, como si percibiese el mundo con más intensidad y vitalidad que las otras niñas con las que compartía su vida.

      Corría el año de 1974. El sitio, la Granja Fuego Rojo cerca de la costa del mar oriental de China. Eran los años de la dictadura más férrea de Mao, cuando se leía y alababa el Libro Rojo en todo el país, cuando las arias de las óperas revolucionarias de la mujer de Mao se escuchaban en los teatros, en las casas y en los campos, y cuando se clamaban con furor los lemas comunistas como < <¡El Partido es grande, glorioso, y correcto!>> o < <¡Preferimos la mala hierba del socialismo que la cosecha del capitalismo!>>.

      La Granja Fuego Rojo pertenecía a una serie de grandes cooperativas agrarias a las que jóvenes de ambos sexos eran enviados a trabajar para la República Popular, donde recogían trigo, algodón y semillas de aceite desde el amanecer hasta el anochecer. Tenían la cabeza llena de propaganda y los pies cubiertos de lodo. Al final de un largo día de trabajo regresaban de los campos exhaustos y, después de un plato de arroz, caían rendidos. Soñaban con la Revolución, con el glorioso rostro del presidente, con la victoria sobre los capitalistas. Sin embargo, Little Green soñaba con el amor.

      Algunas semanas antes había conocido a un camarada de la granja vecina, un joven con gafas aficionado a la lectura. Cuando volvió a su dormitorio no pudo dejar de pensar en él. Era más bien alto y guapo, pero había algo más. Algo desconocido. Algo casi indescifrable. Él encajaba con algo en su interior, un sueño, una imagen que llevaba grabada en la mente. Los dos juntos, compartiendo sus vidas. Felices, satisfechos. Enamorados. De toda la gente que había conocido, de toda la gente que probablemente conocería, éste era el indicado. Ansiaba verlo con un deseo intensísimo, muy diferente de su amor por Mao, por su país, por la vida que había llevado hasta entonces. Sabía que hacía mal al desear a un hombre de esta manera. En fechas recientes, el Diario del Pueblo y Bandera Roja, los periódicos y revistas oficiales, habían publicado artículos que condenaban las relaciones amorosas. El coqueteo, la seducción, las citas amorosas se consideraban actividades frívolas, innecesarias, inútiles. Se malgastaba un tiempo que debía utilizarse en beneficio de la causa de la Revolución. Lo más grave era que este tipo de sentimientos resultaban en detrimento de la lealtad incondicional a Mao. Por esa razón, al menos en la Granja Fuego Rojo, se habían prohibido las relaciones amorosas.

      Little Green tenía miedo de lo que podía suceder si ella y su amante eran descubiertos. Temía que la castigasen y humillasen. Pero su mayor temor era que la separaran de su amante. Por eso se veían en secreto, por la noche, en el campo, bajo la luz de las estrellas. Era lo más romántico del mundo.

      Una noche, mientras Little Green y su amante estaban juntos en los campos oyeron ruidos. Se dieron la vuelta pero no vieron nada. De repente los iluminó el haz del luz de una linterna. Luego apareció otra y otra más. En cuestión de segundos eran más de treinta. En el campamento habían sido informados de sus actividades y habían decidido apresarlos. Al frente del grupo estaba el comandante Yan.

QUANTUM dijo...

      Yan decidió que los utilizaría para dar ejemplo. A Little Green la obligaron a firmar un documento que acusaba a su amante de haberla violado, por lo que fue ejecutado sin tardanza. Little Green regresó a su campamento avergonzada y se le advirtió que no volviera a enamorarse. Desde aquel momento dejó de cantar y de hacerse trenzas en el pelo. Descuidó su aspecto y dejó de bordar su ropa interior. Se hundió en la desesperación ante la mirada de sus compañeras. Nadie la podía consolar. Iba sucia y desaliñada. Se encerró completamente en sí misma. Tenía la mirada perdida y no hablaba con nadie. Unos meses después apareció flotando en el río. Al no poder estar con su amante en vida decidió unírsele en la muerte.

      Anchee Min, una antigua actriz de películas de propaganda de la Guardia Roja que cuenta la historia de Little Green en su autobiografía, Red Azalea, reconoce el poder destructivo y castrante de una ideología que se niega a aceptar el amor romántico como un fenómeno real y una experiencia valiosa. Tal vez Mao sea el ejemplo más reciente de una ideología que considera el amor como algo innecesario e inútil, pero no ha sido el único. La historia está llena de ejemplos en los que el amor y sus vericuetos han sido, más que cualquier otra emoción, el tema de relatos, obras de teatro, mitos, leyendas, tratados y documentos. Venerados por unos como el súmmum de la existencia humana, denostado por otros como fuente de infelicidad, el amor es tal vez la emoción más controvertida y al mismo tiempo la más difícil de entender."

[Amore Mi manchi]

virgi dijo...

Me quedo con lo de que el amor es un cuento...¡ay, Marichuy y cuánto nos gusta creer que pueden ser real!
Besos.
Muchos.

Darío dijo...

Maravillosos rodeos en torno al amor. lo que nunca entendemos del todo.

Cuentos Bajo Pedido ¿Y tu nieve de qué la quieres? dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Cuentos Bajo Pedido ¿Y tu nieve de qué la quieres? dijo...

Espero que sean ellas las que vivan felices, pues para serlo, hay que estar vivas je. Habríamos de escribir finales venturosos para las historias de amor de las mujeres. Cómo puede ser que si se la pasan bien, son chicas malas? Y si son buenas mujeres, casi invariablemente, se la pasan mal. No es posible. Me gustó mucho esta entrada y me relaja en este día tan pesado, en el que podría estar trabajando las 24 hr. Afortunadamente siempre está el paraíso de tus escritos.

malbicho dijo...

hace añísimos leí un compendio de relatos de bret harte, el padre del western (y maestro de mark twain), y también él tiene una curiosa penélope de oeste norteamericano

todas parecemos tener una penélope interior... quizá convendría alimentar más a nuestra circe