escribir

Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva; arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.[Georges Perec]

febrero 08, 2012

mi(s) magdalena(s)

 
No recuerdo cual fue el primer sabor/aroma que amé. Lo que sí tengo muy presente es el primero que se me quedó grabado en la memoria como el peor. Un sabor/aroma como un mal viaje a la época en que comer alimentos nutritivos era indispensable para poder "crecer sano y fuerte". Ese sabor era el del hígado encebollado. Nunca un alimento me ha hecho sufrir tanto como esa víscera convertida en suela de zapato, cuando las 6 de la tarde —mientras todos los niños jugaban el la calle o veían caricaturas— yo seguía sentada frente a la mesa de la cocina sin poder terminar el bistec [ya completamente frío, endurecido, absolutamente detestable] que mi abuela había puesto delante mío a las 3 de la tarde, no sin antes decirme:

—m'hijita, cómete tu hígado, es rico en hierro que tanta falte te hace.
 
Y fue así que el bistec de hígado devino mi magdalena proustiana ingrata [hasta la fecha no puedo olerlo sin recordar aquellas tortuosas tardes de comida y, por supuesto, hasta la fecha no lo he vuelto a comer.]

Hace tiempo escribía aquí que el olfato y el gusto me parecían los sentidos más emocionales. Uno desearía que todos los sabores/aromes estuviesen asociados a emociones gratas, a momentos felices. Comer [como leer] debería ser un placer, no una obligación. Pero cuando se es niño, a menudo la comida es vista como una tortura: debemos comer cosas que no nos gustan, "nutrirnos para crecer sanos y fuertes", mientras nosotros desearíamos atiborrarnos de chuchulucos [golosinas y alimentos que nada tienen que ver con la proteína animal, como —en mi caso— los mangos verdes con chile piquín.]

Por fortuna, no todos los sabores/aromas de mis recuerdos representan un mal viaje: antes de que algún vendedor de perfumes me lo aconsejara, yo ya había experimentado el alivio casi desintoxicante que representa oler café recién molido tras una larga exposición a olores penetrantes, sean o no desagradables. Y junto con el café, el otro oasis lo representa el perfume desprendido por la cáscara de naranjas, lima y limón. Y del oasis aromático de la cáscara de naranja al panqué de naranja de mi abuela… sólo hay algunos pasos, y con ellos, un buen viaje a la infancia. Mientras escribo esto, puedo mirar, casi como quien ve una vieja película, aquellas tardes en que ayudaba a mi abuela a preparar panqué de naranja. Esa visión incluye una imagen de mi misma con los ojos desmesuradamente abiertos, tratando de poner toda la seriedad posible a mi función de ayudante de cocinera… a los 8-10 años. A la aventura que suponía para una niña de mi edad el participar de ese proceso, se aunaba el festín aromático, en especial por el perfume que desprendía la ralladura de naranja y el jugo de la misma, con que mi abuela aderezaba el panqué. Y después de prepararlo, la emoción, ansiedad, de aguardar sin desesperarse los largos 50 minutos de cocción del panqué, que a medida que iba avanzando me regalaba más aromas apetitosos. Nada huele tan rico como los alimentos que ansiosamente esperamos para poder comer. Quizá más que su sabor, el gozo mayor radica en esa espera que inicia al momento de romper el primer huevo y poner la naranja sobre el rallador y termina justo cuando el horno se apaga, abrimos la puerta y el aroma tibio nos llena de algo que podríamos llamar un chispazo de felicidad.

Para curarme del mal viaje del hígado encebollado, nada como volver a las tardes de preparación de panqué de naranja. El panqué de naranja de mi abuela… como la magdalena que me devuelve instantes de dicha sencilla e irrepetible.

Acá el texto, que el domingo pasado me ayudó a recodar: cada quien su magdalena

***

14 comentarios:

Jo dijo...

jajaja
hay consejos y cosas que son como el higado!!!!

Susana S dijo...

Ese hígado temerario, cada bocado que tenía que deglutir sin procesar, partido en pedazos pequeños para ahogarlo con abundantes tragos de agua.

Saludos mi querida Marichuy

LUIS TORRES dijo...

Hace poco un escritor peruano critico la comida peruana en España diciendo que es indigesta y con mucha grasa, me parecio algo de mal gusto hablar mal pero no esta fuera de toda verdad tampoco. El higado para algunos es muy rico para otros no, aca el zapallo loche es un una verdura digna de los mejores restaurantes 5 tenedores, pero a ni me sabe a pedo (con perdon de la palabra)

el sentido del olfato esta en una parte del cerebelo donde se procesa o almacena nuestros recuerdos, asi que cada vez que olamos algo sea bueno o desagradable, siempre nos retrotraera a algun episodio de nuestra vida.

Saludos.

Dejo Link para que te enteres este culebron que sucedio en el Peru y España hace pocos dias, y si no conocias al escritor peruano Ivan Thais, pues alli tambien esta, es un buen escritor e leido muchas de sus novelas...

http://elcomercio.pe/gastronomia/1369407/noticia-thays-mas-indigesto-que-comida-peruana-patriotismo-parroquia

elperroverde dijo...

Encontré este espacio blogueando y me gusto, espero seguirte. Saludos.

Anónimo dijo...

Marichuy,
Recuerdo a mi madre haciéndome comer ese hígado encebollado que tanto detestas, sólo que a diferencia tuya me gusta y me trae recuerdos tan bonitos de mi infancia. Es lo que pasa con los gustos, que si intentas explicarlos o defenderlos a ultranza pasa un poco como cuando se habla de política, o de religión.
Hay olores que transportan, en mi caso el del zumo que despide la piel de la mandarina al apretarla, el aroma del pasto en una mañana luego de una noche lluviosa, la tierra mojada, el olor de los pinos en el bosque, el del té de jazmín, un perfume amaderado con almizcle de un amor pasado...
Así como haces viva la presencia de Elvirita aquí, recordar es vivir.
Tessitore

virgi dijo...

Recuerdos indelebles que nos marcan para siempre. Yo no le tengo ningún cariño al té por un viaje en barco en el que iba muy mal. Pedía agua, agua...y me traían té.
La pena es no saberlo explicar con la genialidad de Proust.
Besos, apreciada Marichuy

Xabo Martínez dijo...

Debo decir que el higado encebollado es de mis comidas preferidas, no obstante si tuviera que encontrar un aroma que me hace viajar serian los de los tamales de mole que preparaba mi madre. Quizas porque iban dentro de esa ceremonia que me resulta sumamente entrañable que es la festividad de noviembre en Ayutla.

Abrazotes!!

Cuentos Bajo Pedido ¿Y tu nieve de qué la quieres? dijo...

Entre los aromas desagradables, imborrables de mi infancia, está de las perlas de hígado de tiburón. Me las daban diario y eran unas canicas pequeñas, traslúcidas, bonitas. Pero un día se me ocurrió morderla y el sabor y la peste sentí que me quedaron impregnados en la lengua. Horrible.

A mi si me gusta el Hígado de res mmm!

De los aromas que más me gustan es el del cemento mojado. En lluvias, el cubo del edificio desprendía un olor delicioso, tanto que yo pegaba la lengua al quicio de la ventana para tratar de atraparlo en mi boca jijiji

y también el de la lima

pero nada como el aroma de palomitas caceras, de olla, con polvos mágicos!!!

La abuela frescotona dijo...

el café y la naranja son mis aromas preferidos, yo también asocio los olores a los recuerdos, hay aromas que nunca mas sentí desde mi niñez, también varias comidas de pupilaje eran mi cruz y las monjas nos obligaban a comer "por la conversión de los pecadores", creo haber convertido a varios de esa época...
saludos querida Marichuy

Workaholica dijo...

No recuerdo ningún platillo (y olor) que me traiga malos recuerdos como a ti el hígado encebollado (que por cierto me gusta)

Mi memoria olfativa discriminatoria está más centrada en los olores que me evocan buenos momentos... pan de nata... tortillas de harina recién hechas... tamales... uy un montón de cosas ricas y momentos deliciosos...

Y ya me antojaste esas Magdalenas... a mi mamá le encantaban :)

Besos con olor a naranja

Unknown dijo...

Comer o no comer
Como saborear o no
Magdalenazos, muchos
Por el disfrute, es cierto,
y por la imposibilidad de siquiera probar

mis límites, hasta la fecha son los riñones

en la infancia era intolerable por imposible (más bien al revés) la sandía o el pepino... aunque no por ello llegara a odiar los dias de campo, por ejemplo; siempre ha habido compensaciones

magdalenas de la libra, las de cada quien y por las más extrañas, o cotidianas, razones

abrazo

Darío dijo...

Ja! Yo recuerdo rostros así...eran los de mis hermanitas a las 5 o 6 de la tarde sentadas frente al hígado o el mondongo o las ardientes sopas. Menos mal que mi estómago siempre ha sido de paladar negro...

QUANTUM dijo...

Si alguien pone un hídao encebollado a un gato que vive en algún callejón, éste lo recibiría como un manjar.

malbicho dijo...

no había leído esto antes, pero sí había leído el artículo que enlazas y me movió al mismo ejercicio nostálgico, alguna vez en facebook las que eran las tres y un cuarto y yo rememoramos y narramos los olores que nos llevaban a la infancia, y fue esa conversación la que me hizo apegarme al facebook, pues antes de eso no le había agarrado el chiste, el mismo ejercicio me provocó alguna vez la película ratatouille, que vi muy extemporáneamente, pero me conmovió mucho la imagen del remilgado crítico devuelto a su infancia

creo que a mí también el hígado de res es lo que menos me gusta (así como la moronga), sin embargo he aprendido a comerlo y hasta a disfrutarlo, pero así como lo describes, frío y endurecido creo que es una verdadera tortura, si acaso llega a saber bien es calientito y con sus jugos aderezando la carne

y el sabor que más me jala al pasado es el chorizo friéndose... y sabes?, me provocaste tantos recuerdos que ahora voy a tener que ir a hacer una entrada sobre esto (ves lo que provocas???)

gracias!