escribir

Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva; arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.[Georges Perec]

febrero 26, 2012

sueños interpuestos...



Inge jamás había tenido la idea de ser modelo, por lo que aquella tarde, en la que buscando matar el aburrimiento paseaba en un gran almacén, quedó sorprendida cuando un hombre que llevaba rato observándola sin que ella lo notara, se le acercó y sin mayor preámbulo le preguntó si no deseaba ser modelo. Al escucharlo, la chica le contestó de manera cortante:

—Piensa que soy estúpida para creer que habla en serio.

El hombre, que seguramente no esperaba semejante respuesta, se explicó más y le mostró las credenciales y documentos de la Agencia de Modelos, donde trabajaba como busca talentos. Finalmente, más por curiosidad que por verdadero interés, la chica aceptó presentarse a una prueba-entrevista al día siguiente. Le fue bien; contaba con los atributos necesarios en esa profesión: fotogénica, delgada y muy alta; aunque lo realmente interesante para los especialistas de la Agencia, fue su aspecto exótico, el cual, pensaban, resultaría novedoso -y vendible- en ese volátil mundillo. Más que exótico, su aspecto era enigmático, con un dejo algo ausente y etéreo que recordaba a las mujeres de los lienzos de Jan Van Eyck o Johannes Vermeer. Inge había nacido en un pequeño pueblo del Flandes, del que salió en busca de mayores horizontes cuando cumplió 18 años (en 1979). Y con el pretexto de perfeccionar el inglés aprendido en la secundaria, viajó al extranjero. No a Londres, como hubiera sido más lógico, sino a Nueva York... entre más lejos, mejor. Nueva York representaba todo lo que su pueblo no era: cosmopolita, enorme, llena de atractivos de todo tipo.

Los primeros meses no fueron fáciles, pero con el paso del tiempo empezó a adaptarse a la ciudad y hasta entabló cierta amistad con los vecinos. Con todos, menos con el único que desearía tenerla, Jerry, su vecino del departamento de enfrente y de quien ella se sintió enamorada desde la primera vez que coincidieron en el elevador. Sus horarios eran afines, casi a diario se encontraban y bajaban juntos los seis pisos que los separaban de la planta baja; lamentablemente para la romántica pero tímida Inge, Jerry no era extrovertido, limitándose a sonreírle mientras musitaba hi. Aun así, Inge creía que si ella fuera más abierta, quizá él se habría animado a hacerle plática. Pero no era así. Y esa idea empezaba a obsesionarla. Pasaba horas enteras delineando encuentros con Jerry, durante los cuales él finalmente la invitaba a dar idílicos paseos para mostrarle sus lugares favoritos de la ciudad, paseos que invariablemente terminaban con una romántica cena en algún pequeño sitio. Pero nada de eso pasaba y mientras Inge fantaseaba, descuidaba su preparación y no atendía debidamente las instrucciones de los especialistas de la Agencia de Modelos. Cada mañana lo mismo: Inge y Jerry se encontraban mientras esperaban el elevador, Jerry le cedía el paso; bajaban en silencio, mirándose de reojo, al llegar a la planta baja salían repitiendo el mismo ritual de la entrada, recorrían en silencio el pasillo hasta salir a la calle en donde se despedían mudamente antes de tomar rumbos opuestos. Ella caminaba hasta la Escuela de Modelos, donde la Agencia se empeñaba en afinar su preparación con vistas a su gran lanzamiento en la próxima temporada otoño-invierno.

Días y semanas sin ningún cambio, hasta que una noche en que ambos regresaban a casa más tarde de lo acostumbrado sucedió lo inesperado: tras encontrarse con Jerry a las puertas del elevador y una vez que lo abordaron, notó que su vecino estaba más sonriente y menos callado de lo habitual, empezó preguntándole cómo le iba en la Escuela de Modelos y luego, cuando ella todavía no se reponía de la sorpresa, la invitó a tomar un café o a cenar, lo que ella prefiriera. Y entonces sucedió lo impensable: Inge se quedó muda, como petrificada de la emoción/sorpresa, y solo ante la insistencia de él alcanzó a responderle, dejando salir el más hondo NO de su existencia. NO gracias; no puedo, fue toda su respuesta. El elevador se abrió y sin decir ni buenas noches, Inge se apresuró hacia su departamento. Iba muda pero furiosa consigo misma, pues apenas salidas esas palabras de su boca, la chica se sintió tan arrepentida como estúpida. No pasaba día sin que no se recriminara por ello, pero era incapaz de buscar una reparación y hasta había cambiado su rutina con tal de no cruzarse con Jerry. Se sentía tonta y avergonzada. Cada vez estaba más distraída, casi parecía un fantasma, como le dijo una mañana el maquillista que se empeñaba en disimular sus profundas ojeras. Y llegó el día de su gran prueba final, previa al lanzamiento de la campaña otoño-invierno… un fracaso total. El veredicto de los especialistas fue simple y contundente:


—¡Señorita, usted es demasiado infeliz para lucir en la pasarela... por más hermosa que sea! Seco y directo, sin el menor intento por suavizar nada.

Sin mayor tiento acababan de notificarle que su carrera de modelo… nunca empezaría porque no estaba hecha para ella. Inge lo escuchó con ojos y boca abiertos. Sin exclamar ni media palabra. No intentó protestar, pedir más explicaciones o implorar por otra oportunidad. Nada. Ni un balbuceo, menos lloriqueo. Su perfecto rostro arrancado de algún lienzo flamenco permaneció imperturbable. Y así, sin perder ni por un momento la compostura —aunque por dentro se sintiese como sumida en una densa neblina—, minutos después de escuchar el lacónico veredicto abandonó la Agencia de Modelos para siempre.
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Epílogo. Semanas después, una vez recuperada de la primera impresión, Inge estaba clara que haber sido rechazada para una profesión que jamás imaginó representaba un gran alivio: por primera vez en mucho tiempo se sentía completamente libre, ligera, cuando caminaba por el Parque Central se sentía casi flotar, devuelta a su condición de mujer etérea y diáfana. Volvía a ser ella, la joven que únicamente anhelaba salir de casa y de ese pueblo alejado de toda modernidad para viajar y pintar. Sueño que aún no realizado, pero intacto.


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NOTA: Inge es un personaje, no sé si ficticio o real, de la novela Biografía del hambre [de la escritora belga Amélie Nothomb]. Su aparición es casi fugaz, pero una frase dicha al pasar [demasiado infeliz para lucir hermosa] me dio la idea para imaginar esta sencilla historia para ella.
NOTA 2. Este es un autocovero. La historia de Inge la publiqué hace tres años. Esta nueva edición contine ligeros cambios.

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imagen de cabecera: la bailarina mexicana Elisa Carrillo en el cartel promocional del ballet Blancanieves
[coreografía Angelin Preijocal y vestuario de Jean Paul Gautier] en la Deutsche Oper de Berlín. 2007. 
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8 comentarios:

Darío dijo...

Digamos que se retiró con la frente alta. Al menos, ningún chillido inútil.

Darío dijo...

Quantum...cuánta delicadeza!

malbicho dijo...

ahora el que me intriga es el epílogo de la historia de jerry

(qué buen cartel)

virgi dijo...

El mundo de las modelos tal vez no era para ella. La veo muy romántica.
Besos, Marichuy.

Jo dijo...

es doble agazajo luego leerte... siempre para mi ha sido un recovequito en el que puedo ir escogiendo que leer de ti no importa si es actual o de hace tiempo...


tu cabezita cuando divaga me gusta pero mas cuando los dedos aporrean el teclado
¿dejar de escribir?

jamas marichuy todos los demas tal vez ... hasta ausentarnos pero tu no!!!!!

La abuela frescotona dijo...

la frase es una gran verdad, la infelicidad afea todo lo que toca, quizás la suerte la salvó de un nefasto futuro, saludos querida Marichuy

Cuentos Bajo Pedido ¿Y tu nieve de qué la quieres? dijo...

woooo un fracaso en algo que de todos modos no quería jejeje.
Pero lo del chico del elevador si es una pena.

Necesito ayuda. Mi blog está desaparecido :(
Sabes que puedo hacer?

Isis dijo...

Elisa Carrillo:
http://www.jornada.unam.mx/2011/07/05/cultura/a04n1cul

Saludos :)