misiva imposible

Queridísima

Solo, en mi pequeño estudio, intento escribir y me distraigo con una solitaria banca ubicada frente a mi ventana. La miro y pienso en ti. Te imagino en una similar, tomándote un respiro antes de continuar tu camino a la Catedral. Aún ahora no puedo evitar pensar en la cruel paradoja de esos momentos: mientras tú te dirigías firme y decidida a enfrentar tu cita con Él, yo aguardaba por ti frente al café y los croissants que me habías pedido para desayunar; yo me afanaba en que el café se mantuviera caliente pese a tu tardanza y tú dabas los últimos pasos hacia el encuentro con tu destino con una frialdad estremecedora. Pensé que te conocía bien, cuán equivocado estaba.

Cuando perdí, cuando me robaron el triunfo electoral, también perdí la proporción de las cosas. Había dejado el alma en esa carrera; me entregué de lleno y empeñé todos mis esfuerzos en la contienda por la Presidencia de la República. Y no era el único que creía en esa lucha. hubo tantos que dejaron lo mejor de sí en ese camino. Otros que también creían que las cosas en este país podrían cambiar. Quizá fue un exceso de arrogancia de mi parte pensar que lo lograríamos. Estando México como estaba, creer que nadie buscaría hacer hasta lo indecible por detenernos fue demasiado iluso.

Primero es soñar y después ser; quien no aprendió a soñar nunca podrá crear…” escribí alguna vez y edifiqué mis sueños a imagen y semejanza del gobernante que anhelaba ser, a tono con el país que aspiraba ayudar a construir. Fui en pos de mis sueños… y perdí. Lo perdí todo; incluida la confianza en mí mismo. Supuse que tras haber sido despojado del triunfo tan descaradamente podría contar con el apoyo de quienes me habían acompañado en esa lucha. Otra vez me equivoqué. El cansancio provocado por años de guerras, el temor al hambre y a la muerte minaron la confianza y esperanza de la gente. Creo que eso me dolió más que el propio resultado electoral. Me sentí vencido por segunda vez y demasiado solo. Pero no lo estaba, tú te mantuviste a mi lado firme y entera. Te volviste a arriesgar por mí y empeñando nuevamente tu nombre y prestigio pusiste todas tus fuerzas en el rescate de mis ideales, esos que tú me habías ayudado a modelar.

Yo, el revolucionario, el político, el abogado, el escritor, el “apóstol de la educación” y el sinfín de cosas más que los biógrafos dirían sobre mí. Fui todo… menos el amante y compañero que tú necesitabas. Siempre anteponiendo mis ideales e intereses políticos y sociales; fui inconstante, inasible e insensible. No supe entender la delicada sensibilidad de tu espíritu; no fui capaz de ver a la niña solitaria y lastimada que habitaba en tu interior; no logré comprender a cabalidad a la mujer frágil contraparte de la intelectual, activista y mecenas que todos admiraban.

Me veía a mismo como un revolucionario y quizá lo fui a mi manera; pero tú lo eras más y sin tanta alharaca. Una mujer extraordinaria; tan adelantada a tu época, tan fuera de tiempo y espacio. Hablar cinco idiomas; escribir y ser una lectora de altísimo nivel; conocer de arte e historia… de poco servía para hacerse escuchar en un país dominado por caudillos, donde las contiendas por el poder político y por la supervivencia se dirimían a punta de balazos. Y eras triste Antonieta, la tristeza vivía en ti desde siempre. A la par de tu extraordinaria capacidad para dar amor, estaba tu inmensa necesidad de recibirlo y sentirlo. Por eso fue una torpeza de mi parte decirte que en este mundo nadie necesitaba a nadie. Un error y un engaño, pues hubo un tiempo en que yo te necesité más que a nada y no te lo dije.

Dicen que los hombres permanecen por su legado. No sé qué pensar al respecto. Mi legado se ha reducido a los discursos retóricos pronunciados en mi aniversario luctuoso y a ver mí nombre en escuelas y bibliotecas. Cuando partí rumbo al exilio lo hice porque me negaba a morir como un mártir y aún creía que podría mantener viva mi lucha. Y es posible que no todo haya sido en vano; sin embargo, qué puede enorgullecerme de mi legado cuando la educación pública y laica por la que tanto luchamos ha devenido en reality shows moldeados por la Gánster del Magisterio y el Gerente de la República de la Telecracia en que se ha convertido México.

Aquella última noche te dije que no te necesitaba, que podría estar sin ti y te pedí que volvieras a México. No podía más con la carga de todo el daño que ya te había provocado y del que aún podría seguirte causando. Pero tú te negabas a retornar al país que te había despojado de todo, preferías quedarte en París… y lo conseguiste. Cuando la bala penetró al centro de tu corazón sabías que estabas cumpliendo tu último deseo:

“Terminaré [...] Ya tengo apartado el sitio, en una banca que mira al altar del Crucificado, en Notre Dame. Me sentaré para tener la fuerza para disparar”

Y sin embargo, no fue la bala de mi pistola la que deshizo tu corazón, éste se había ido rompiendo lentamente mucho tiempo atrás. Quizá el último golpe lo recibiste el día en que se desvanecieron los sueños e ilusiones que juntos habíamos construido. Pero lo cierto es que estabas herida de muerte desde antes… sólo necesitaste apurar el último tramo… jalando del gatillo.

José

* Esta es la misiva que José Vasconcelos jamás escribió a Antonieta Rivas Mercado