memoria, olvido y edad

El día está neblinoso y el viento fresco que se cuela por la delgada cortina, me provoca un leve estremecimiento [algo de masoquismo hay en mi que prefiero el clima fresco, casi frío, siendo tan friolenta] y ambos elementos, neblina y viento, avivan mi memoria y la melancolía... Se acerca mi cumpleaños, este año lo pasaré aquí y de solo pensarlo, me da un no sé qué. En los últimos años he procurado pasarlo lejos de México, ahorrándome festejos, felicitaciones y encomiendas familiares del tipo ¿m’hijita, es que tu no piensas sentar cabeza, casarte y tener hijitos? De solo imaginarme otro cumpleaños escuchando esas consejas... me dan ganas de ya no cumplir más años y declararme en paro cumpleañero. Por lo menos hasta que a mis parientes se les pase esa manía de andar queriendo matrimoniarme y componiéndome la vida.

El viento, el frío que disfruto y mi próximo cumpleaños me traen el recuerdo de tantas cosas, palabras escritas o dichas y hoy perdidas en el olvido; de tantas otras palabras que en vano esperé escuchar... infinidad de recuerdos se me vienen encima y me siento cansada, casi como si tuviera mil años. No sé la razón exacta, pero por momentos he deseado aventar la toalla del “buen comportamiento”; ganas no me han faltado para mandar varias cosas al carajo: mi trabajo, pero sobre todo a más de uno de mis jefes; mi vida diaria tan ordenada y... mi impensable paciencia. Ese aguante casi estoico para escuchar penas y diatribas ajenas y que todavía me deja ánimos para consolar a los sufrientes. Como si más allá del “orden en la vida diaria” mi corazón y mi mente no fueran la mar de contradictorios ¡buena que soy como paño de lágrimas! Tanto, que casi olvido el mugir de mi propia procesión interna y el sueno de los recuerdos.

Mucho más fácil sería tirar la toalla de la vida cotidiana y de la memoria ¿no? Pero... y luego ¿que? ¿me dedico a viajar hasta que me quede sin un quinto? Digo, no sería mala idea, si aventando la toalla de las responsabilidades y los recuerdos pudiera “volver a los 17” como cantaba Violeta Parra. Ups, pecata minuta... eso nunca pasará. La edad, vaya carga. Una quisiera tener siempre 17... bueno 17 no; a esa edad era muy inocente, virgen, no había viajado casi nada y tenía la cabeza llena de fantasías. Volver a los 17 no; pero tampoco me excita mucho la idea de envejecer; a mí que me gusta viajar, caminar tanto y a gran velocidad, que detesto tener que depender de los demás y que soy reacia a tomar medicinas, la idea de envejecer y con achaques, me asusta. La edad... pena debería darme estar pensado y exhibiendo esta sarta de sinsentidos. Mientras yo quiero huir de mis recuerdos y de mis obligaciones diarias, José Saramago, un muchachón de 85 primaveras, ha ingresado al mundo de a blogósfera y está a punto de presentar su más reciente novela y como si los 85 no le pesaran. El escritor lusitano se ha estrenado como bloguero con una hermosa y melancólica carta una “declaración de amor a Lisboa”, en donde bullen dulcemente recuerdos propios y ajenos y donde su memoria terca y privilegiada, viaja hasta el tiempo que no vivió, como 800 años atrás... y tan campante.

No debería quejarme... nada más que a mi tía Vicky no se le ocurra, so pretexto de felicitarme por mi cumpleaños, así de pasadita como quien no quiere la cosa, mencionarme a fulanito “él que es un buen hombre, tan buen prospecto matrimonial”... todo estará bien...

"físicamente habitamos un espacio, pero, sentimentalmente, somos habitados por una memoria. Memoria de un espacio y de un tiempo, memoria en cuyo interior vivimos, como una isla entre dos mares: a uno le llamamos pasado, a otro le llamamos futuro" [José Saramago].

www.josesaramago.org/


AGREGADO: este poema me viene bien... y al clima, también.

Cielo nublado

Tu mirar se diría, que en un vapor se pierde;
tu mirar misterioso -¿es azul, gris o verde?-,
alternativamente tierno, cruel, soñador,
refleja la indolencia del cielo y su color.

Recuerdas esos días blancos, tibios, velados,
que hacen fundirse en lágrimas los pechos hechizados,
cuando los nervios, víctimas del mal que nos agita,
muy despiertos, se burlan del alma que dormita.

Te asemejas a veces a esas tierras hermosas
que iluminan los soles de estaciones brumosas
-¡y cómo resplandeces, oh paisaje mojado
que los rayos inflaman de un cielo encapotado!

¡Oh mujer peligrosa! ¡Oh climas seductores!
¿Adoraré tu nieve como tus rigores,
y podré conseguir del invierno fatal
placeres más agudos que el cielo y el puñal?

[Ciel Brouillé, Charles Baudelaire]