
El hombre de esta historia no era perseguido merced a sus ideas políticas; en realidad no era ningún tipo de proscrito, al menos no hasta antes de su escape. Aún así, vivió más de la mitad de su vida en el exilio, deambulando por varias ciudades en un largo periplo y aunque llegó el tiempo en que bien podría haber regresado a su tierra -las condiciones políticas y sociales habían cambiado- decidió quedarse para siempre en el país que lo había acogido treinta años atrás. Quizá ya no tenía por quién regresar y ya no le quedaba nada en el país que lo vio nacer. Pero es posible que no lo hiciera, porque también en su lugar de origen se había sentido como exiliado, excluido, diferente.
Será cierto eso que dicen, de que todos, aun sin ser transterrados, de alguna forma somos un poco exiliados?
De este tema, hablo en mi colaboración de este mes: desde la lejanía, para el blog colectivo [escribidores y literaturos »]. Seguro es una especie de alucinación, según la cual poco antes de adentrarse en la noche de la eternidad, el hombre del que he platicado aquí, repasa algunos de sus recuerdos y sentires como exiliado.
Siempre he sido un hombre desplazado, como dije en el título de un libro. Soy ciudadano francés, allí he vivido mi vida pública, pero nací en Bulgaria y en 24 años no he podido sacarme a Bulgaria del cuerpo. Ellos me echaron a mí, pero yo a ellos no puedo echarlos. Morié como exiliado, pero como un exiliado feliz. Tzvetan Todorov